El laberinto griego
A juzgar por algunas de las reacciones a las elecciones en Grecia del pasado domingo, se ha iniciado una revolución que acabará conquistando toda Europa. La victoria contundente de la formación de izquierdas Syriza ha sido celebrada por sus simpatizantes dentro y fuera del país, en algunos casos casi con más entusiasmo por parte de los últimos, como el principio de una nueva era, no solo en Grecia sino en toda Europa.
El triunfo del carismático Alexis Tsipras, que ya es primer ministro, ha sido descrito como “la liberación del pueblo griego”, el “comienzo del fin de Merkel” (la canciller alemana) y, sobre todo, como el cambio de rumbo en la política europea y el carpetazo a la austeridad.
¿Realmente los votantes griegos pueden decidir el fin de las políticas de recortes y ahorros? Y si fuera cierto, ¿a qué esperan los ciudadanos en otros países golpeados por la crisis –este año hay elecciones en España y Portugal–? Syriza ha empleado un discurso victimista, según el cual la dramática situación griega –con un paro del 25% y un aumento grave de la pobreza–, es el resultado de las malintencionadas y equivocadas recetas de recortar gasto público impuestas por la troika, formada por la Comisión Europea, el BCE y el FMI. Es cierto, pero este argumento obvia el hecho de que Grecia malgastó durante años ingentes cantidades de dinero barato, gracias a su pertenencia al euro, y además lo consiguió maquillando sus cuentas estatales con la ayuda de Goldman Sachs. Acabó con una deuda pública astronómica y solo el rescate multimillonario de sus socios europeos ha mantenido el país a flote.
Como suele ser el caso, los acreedores impusieron sus condiciones para recuperar el dinero prestado algún día. Y estas condiciones de la troika han arrojado a gran parte de la sociedad griega a la miseria y desolación, mientras muchos ricos también griegos desviaban sus fortunas a cuentas suizas. Pagaron justos por pecadores. Ahora, si Tsipras declara el fin de la austeridad obvia la regla básica de que uno solo puede gastarse lo que ingresa. De lo contrario, debe pedirlo prestado a otro.
Y, en estos momentos, al Gobierno de Atenas solo le quedan los socios europeos como prestamistas. El primer ministro griego quiere aumentar el gasto social, lo cual cuesta dinero, y, a la vez, reestructurar la deuda que alcanza el 175% del PIB. Solo el pago de los intereses de estas obligaciones devora el equivalente al 4% del PIB anual. Excluyendo el servicio de la deuda, Grecia ha alcanzado el equilibrio presupuestario. Ahí es donde se pueden encontrar las dos posiciones.
Los acreedores deberían hacer un esfuerzo para bajar aún más el coste de la deuda y flexibilizar su pago, mientras Tsipras busca formas de reequilibrar los efectos de la crisis para que no recaiga siempre en los más débiles. También, tendrá que hacer reformas para que la economía crezca, empezando por combatir la burocracia, la evasión fiscal y la corrupción. Porque Syriza debe su ascenso en buena parte al hartazgo de los griegos de los partidos tradicionales, corruptos y cleptócratas, que han llevado el país a la ruina.
@thiloschafer
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