El Heraldo

El infierno de Gabo

Donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”, o el “estanque de azufre ardiente donde están también la Bestia y el falso profeta” son algunas de las representaciones que hace la Biblia del infierno. “Un fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles” donde “habrá llanto y rechinar de dientes”.

Es una iconografía que resulta insuficiente a la hora de querer desentrañar lo que es ese infierno –una de las cuatro Postrimerías que además de la muerte, el juicio y la gloria son, según el Catecismo de la Iglesia Católica, los lugares donde iremos a parar conforme hayamos utilizado nuestra conciencia peripatética– que más parece relacionarse con un estado de irremediable padecimiento que con una abisal caldera ardiente.

Por esa inagotable posibilidad de interpretaciones, el infierno es territorio artístico, pertenencia literaria; es la idea donde pueden ventilarse las incontables extravagancias que produce la química cerebral, y que llevadas al acto conforman el insólito prontuario que caracteriza a la condición humana.

Y a pesar de ese cariz patibulario que le da la religión al asociarlo a un castigo diferido por cuenta del desacato a la voluntad divina, el arte logra voltear esa lectura incorporando el infierno a la cotidianidad del hombre, concediéndole el lugar de lo insoportable; de todo lo que pudiera significar la carencia de ilusiones y por tanto circundar la desesperanza, el desencanto y la frustración.

Un infierno cotidiano en el que el hombre moderno, en especial los artistas, han hurgado de tal forma que lo hicieron más real, condenando gradualmente al Hades bíblico a parecer una historia ficcional.

De manera que, el aborrecible graznido que realizó la cuasi congresista María Fernanda Cabal mientras nuestro Nobel comenzaba a desandar el camino que lo trajo hace 87 años de la nada, y en el que, como una cruel sacerdotisa se atrevió a pronosticar que García Márquez y Fidel Castro “Pronto estarán juntos en el infierno”, además de ser una infamia, resulta una inutilidad.

Porque Gabo, el colombiano más genial, el prolífico escritor que seguirá asombrando al mundo con su manera de transcribir las realidades de un Macondo inverosímil, tenía una versión precisa de ese estado de pesadumbre.

“¡Nada se parece tanto al infierno como un matrimonio feliz! escribió en el primer parlamento del monólogo Diatriba de amor contra un hombre sentado. Parece que para Gabo, como para muchos, el infierno no era un tributo que hacía parte de la muerte, sino la justa consecuencia de los excesos de la vida.

Así las cosas, el infeliz episodio sirvió para develar el talante de una de las caras que ingresarán a la escena política al amparo de las listas del Centro Democrático. De esas que empiezan a mostrarse consecuentes con el perfil del movimiento al que pertenecen, y que, por sectarias, se ensañan con quienes tienen credos distintos.

Ojalá sirva también este incidente para cuestionar una ideología que se proclama como de centro, pero que tiene en sus filas a figuras como Cabal, que militan en realidad a la derecha de la derecha. Sería una magistral obra póstuma de Gabo. 

berthicaramos@gmail.com

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