El fascismo está de vuelta
Parecía que aquellas épocas no volverían. Con el fusilamiento de Benito Mussolini, en 1945, suponíamos sepultado el régimen de terror que se ensañó con los trabajadores sindicalizados y sentenció a penas capitales a quienes en ese rol se atrevieron a levantar su voz.
Creíamos que los discursos nacionalistas, con la religión y el gobierno entremezclados, habían acabado.
Nunca imaginamos que posturas decimonónicas, como las que persiguieron a homosexuales, negros o judíos, se atizarían en nuestra civilización.
Tampoco, que el pensamiento contradictor fuera asumido como una afrenta identitaria de enemigos comunes, bajo una máxima propia de aquellas épocas aciagas: el que no está con el duce está contra él.
Aquella obsesión por la seguridad nacional, con la supremacía del poder militar, parecían cosa de un pasado que la humanidad –pensamos- quería olvidar por los millones de vidas inocentes que cayeron a su paso.
Nunca imaginamos que el sexismo rampante volvería a una plataforma política, ni el desprecio por los intelectuales, ni la humillación a los defensores de los derechos humanos.
Era probable, bajo las nostalgias que siempre acompañan a los apasionados de estas formas, que echaran de menos la barbarie de la guerra; resultaba también explicable su testarudez frente al crimen y la venganza, de manera que la única opción desde su óptica precaria para los delincuentes, vinieran de donde viniera, fuera la cárcel o la muerte. Pero no calculamos que su terquedad tuviera tanto ahínco, que terminara por hacerlos repudiar la paz civilizada.
Pero Benito Mussolini anda suelto. Lo vemos en los discursos nacionales que invitan a pintar de negro hasta la bandera nacional; el mismo negro que el dictador exigiera a los jugadores de la selección italiana en 1938, con un mensaje alentador que decía: “¡vencer o morir!”.
Lo vemos en los rectores de organismos de control del país que segregan a los militantes de izquierda, a los protestantes religiosos o a la población con diversidad sexual, con decisiones y arengas apasionadas que rayan en la ilegalidad y la falta de ética.
Lo vemos en las convenciones republicanas de ideologías cercanas que invocan falsos patriotismos, exageraciones chauvinistas y mitos de Nación, y propugnan por una economía dirigida que cierra fronteras.
Lo vemos cuando usan el miedo como arma motivacional para hacerle ver a la muchedumbre, que los guerrilleros se tomarán al país y que los latinos harán de las suyas con la Nación poderosa.
Lo vemos cuando, descarados, se apean a formas corruptas de funcionarios inmorales que, aún con la justicia en los talones, protegen a sangre y fuego.
Lo vemos, en fin, en las propagandas ruidosas que activan desde las redes sociales, con el lamentable eco de ciertos sectores de la población que, como en la época de Mussolini, no saben qué clase de monstruos están avivando.
albertomartinezmonterrosa@gmail.com @AlbertoMtinezM
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