El estuche del saxofón
En las estaciones del Metro de París, la urbe que respira arte, al igual que en Buenos Aires, Nueva York, Moscú, Londres o Santiago de Chile, es común ver a la gente congregada en torno a las expresiones culturales callejeras que imprimen a las ciudades un carácter particular. Vadeando la incierta senda que separa la transgresión de la legitimidad, los artistas ambulantes –algunos por devoción, otros por obligación– renuncian a los espacios convencionales y, a cambio de unas monedas, intervienen el espacio público a través del arte urbano.
Pese a que las políticas públicas de las grandes capitales han hecho enormes esfuerzos por limitar su actividad a zonas establecidas y por estructurar procesos de selección para ocuparlas, ellos reivindican su oficio, son los músicos, bailarines, grafiteros o malabaristas, personajes itinerantes, juglares de la modernidad que hacen de las ciudades lugares menos inhóspitos. Sin embargo, su presencia no deja de ser molesta para las urbes imprevistas que desconocen su memoria —por tanto su vocación— y, sobretodo, sus deseos.
Sucedió recientemente en Barranquilla que un músico que tocaba el saxofón en cercanías de un centro comercial fue abordado por funcionarios de la Secretaría de Control Urbano y Espacio Público, en razón de que ocupaba un lugar prohibido para tal actividad. Al joven, un estudiante de Licenciatura en Música que mediante sus destrezas proyectaba comprarse unos zapatos, le retuvieron el estuche del saxofón que le habían prestado, estuche por el que debe responder y para lo cual pide ayuda según publicó EL HERALDO.
Esto ocurre en Barranquilla, la ciudad que se ha ufanado de tener un amorío hereditario con la música, la ciudad del Carnaval, del folclor, de la bullaranga y de la supuesta complicidad con los artistas espontáneos. Me pregunto si, quizá, habituados como estamos a la infame algarabía que impera en la cotidianidad, el sonido de las suaves melodías de un saxofón sería una profanación que llamó la atención de los funcionarios. ¡Ay, Barranquilla farisaica! Las autoridades ni siquiera se mosquean frente a grandes problemáticas que van en ascenso, pero, cabe suponer que, apegados a la ley, acordaron que lo justo era apartar la funda de su entrañable instrumento.
¡Ay, Barranquilla corrompida! Mientras tus calles están plagadas de ventas estacionarias y asquerosos tenderetes que se toman los andenes gradualmente, la confusa normativa que rige tu espacio público atropella a los artistas ambulantes. ¡Ay, Barranquilla incoherente! ¿Cómo puede molestarte la gracia y la calidez de un instrumento, y en contraste sobrellevas el estruendo de los bafles y megáfonos que utilizan los locales comerciales? ¡Ay, Barranquilla insolente! ¿Será que podrás tener un poco de compasión y lograr que los funcionarios de Control Urbano y Espacio Público le devuelvan al joven músico el estuche del saxofón?
berthicaramos@gmail.com
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