El derrumbe de un fortín
“Cómo fornicarán felices las mariposas en /el césped oliendo/de aquí para allá a Dios sin /que vaca alguna muja encima de /su transparencia, jugando a jugar /un juego vertiginoso a unos pasos /blancos del cementerio con el mar /del verano zumbando allá abajo ocio y /maravilla.”
Extraordinaria la elocuencia de la poesía. Extraordinaria la facultad del poeta Gonzalo Rojas para plasmar en los primeros versos de Mariposas para Juan Rulfo el juego vertiginoso de la vida. Para definir idílicamente el escenario de finitud en que vive el hombre que, ante la cruda impermanencia, resulta en profundo cuestionamiento de todo acto que suponga un por-venir.
Tal cuestionamiento bien podría conducir a declinar la libertad de proyectar un futuro, lo cual significaría abandonarse a una plenitud, ajena a tiempo y conocimiento, donde el hombre lograría despojarse de las cargas que le impone su naturaleza humana; un estado en el cual la inteligencia, la libertad, la voluntad, los afectos, la soberanía de las naciones o la igualdad de los pueblos serían vanos.
Pero, es obvio, no puede el hombre existir sin que vaca alguna muja encima de su transparencia; su vida es un perpetuo encadenamiento de sucesos que lo afectan, y lo comanda una inagotable necesidad de desafiar la realidad, y modificarla. Es en esta habilidad donde se generan, entre tantas otras cosas, la conciencia política, los sueños revolucionarios y las gestas libertadoras, y con ellos aparecen los caudillos. Los líderes, paladines, cabecillas, adalides o como quiera que se llame a quienes sienten una delirante excitación por obtener autoridad para controlar el destino de una comunidad.
Hugo Chávez Frías fue uno de ellos. Al controvertido presidente de la República Bolivariana de Venezuela le asistían el arresto y la pasión de un frenético quijote. A principios de 1999, en “El enigma de los dos Chávez”, Gabriel García Márquez escribiría “me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”.
Pues bien, el tiempo, que nada calla, ha demostrado que la inspiración de Gabo fue veraz. El mundo vio atornillarse en el poder a un Chávez a quien la suerte viabilizó el proyecto ideológico que impulsó la Revolución Bolivariana, y al otro, un ilusionista cuyo truco primordial fue convencer a millones de venezolanos de que tal revolución era un deseo comunitario.
Ahora, tras dos años de su muerte, las consecuencias de ese engaño son cada vez más catastróficas, y el fortín que Hugo Chávez construyera con argumentos, hoy lo destroza Maduro sin aspavientos. La corrupción, la incompetencia del Gobierno y las fallidas políticas económicas que tienen a Venezuela a punto de colapsar, reposan sobre los hombros de gobernantes y gobernantas que aún tratan de descifrar, sin conseguirlo, ese espejismo de Chávez llamado Revolución Bolivariana. Es así como terminan las gestas que son producto de desvaríos en el cerebro de un caudillo. Que los dioses nos asistan.
berthicaramos@gmail.com
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