El Heraldo

El derecho al sol

Un día una amiga que es muy imaginativa y que a menudo dice cosas en palabras serias que hacen muy probables su inventos, me dijo algo así:

“ Es que tanto edificio alto, uno al lado del otro, está violando el derecho al sol.”

Yo le respondí enseguida, “ Y eso lo dice el POT?” Ella se rió con mi ingenuidad y enseguida espetó: “No, pero lo debería decir.” Entonces a mí se me iluminó el bombillo pensando en la falta de sol que pronto voy a tener, pues el futuro señala, a través de un aviso amarillo, el edificio de treinta y cinco pisos que van a construir al lado de mi pequeño hábitat de tan solo dos.

Es una gran ocurrencia que sería una norma perfecta, esa la del derecho al sol, porque recuerdo otra conversación donde un amigo me contaba que estuvo de visita en Panamá y que aún siendo de día, tenía que prender las luces del apartamento donde se hospedaba. Están tan seguidos los altos edificios, en sucesión con el continuo “progreso” de este país, que ya es algo normal no tener luz natural en los apartamentos.

Ese es el mismo “progreso” que se ha tomado la mentalidad barranquillera, a la que no le faltaba mucho para caer en sus redes utópicas desde que la inauguración del centro comercial Buenavista se tomó el imaginario local como el sitio por excelencia para llevar a quienes nos visitan. No una playa, un parque, una reserva forestal tropical, un museo, sino un monumento a nuestra mentalidad que adora sus “malls” tan parecidos a los de Miami.

Entendiendo, claro está, que qué mas se puede hacer, sino encontrar un sitio enorme con aire acondicionado, una zona con vigilantes, llena de coloridos anuncios y ofertas que nos atrae con las posibilidades de felicidades varias. Esas que con la necesidad de la moda, no hacen sino revivirse con cada nuevo deseo para esconder el miedo a pensar en el sentido de la vida, según nos lo ha explicado el sociólogo polaco Zygmunt Bauman en su libro “La cultura en el mundo de la modernidad líquida”.

Cada vez que una casa se vende en esta ciudad, el vecino enseguida se asusta y luego vende también la suya, constituyéndose este gesto, nacido de la desesperación por el hábitat perdido, como una acción mas de la cadena que todos estamos perpetuando mientras creemos escapar, hundiendo a cada nuevo vecino que queda como un anuncio de la próxima acción a tomar.

Pero no hay escapatoria: estamos en una ciudad con tanto sol que se nos olvida que este debería ser un derecho fundamental. Ese sol fue olvidado a pesar del calor que nos empuja mas y mas a pasear entre vitrinas, que a la larga debe ser la meta de tanto cemento nuevo. Aquí los peatones sienten que su vida se estrecha mas y mas, pues viven en una ciudad pensada solo para los que andan en carros cuatro-puertas con choferes que no pagan multas o por motocicletas a las que no conciernen las nuevas “unas vías” que ahora nos hacen dar veinte vueltas para llegar a un sitio que antes quedaba al lado de la casa.

El hecho de que la lluvia ya no es esa agua descarrilada que temíamos, sino esa cosa que todos ansiamos, debe ser otro anuncio que nos permita escuchar en medio del barullo de los ladrillos y las losas que son cortadas al lado de nuestras ventanas, eso que nos está diciendo la naturaleza.

columonica@hotmail.com
 

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