El árbol de Gernika
Un sol radiante iluminaba este miércoles el follaje del árbol de Gernika, el lugar mítico del pueblo vasco donde los representantes de Vizcaya debatían las leyes y los reyes juraban respetar los derechos forales de los pobladores de estas tierras. El centro espiritual de la identidad vasca tristemente también es un símbolo universal de la destrucción en las guerras, desde que la aviación nazi a servicios de Franco bombardeara la ciudad, una tragedia plasmada para la eternidad por Picasso en su monumental “Guernica”.
Tras los largos y oscuros años de plomo del terrorismo de ETA, Gernika/Guernica hoy destila un ambiente pacífico y alegre. Tan solo unas pocas banderas que piden el traslado de los presos de ETA a cárceles en el País Vasco dan fe de que el conflicto que provocó la muerte a más de 800 personas aún no ha terminado de todo. Y es que ETA sigue existiendo, aunque lleva ya cuatro años sin matar. La organización ha perdido casi toda su capacidad asesina tras una persecución implacable por parte de la policía española y francesa. El ala política ya no apoya la violencia, y persigue su objetivo de lograr la independencia por vías políticas y democráticas.
El fin definitivo de la violencia está escrito pero falta la última palabra. ETA se niega a entregar sus armas sin arrancar algún tipo de concesión del Gobierno de España, como podría ser el acercamiento de los presos. El fin de semana pasado la banda anunció que había “desmantelado” sus “estructuras derivadas de la lucha armada”. Es un gesto, pero viene de una organización que merece poca credibilidad por haber roto muchas promesas y palabras en el pasado. El Gobierno apenas comentó el comunicado y repitió su guión de que el único anuncio que espera es la disolución de ETA. El presidente Rajoy muestra una intransigencia absoluta en el trato con la banda y su entorno, a pesar de que muchos elementos moderados de la sociedad vasca y española le piden que haga algún gesto pequeño para que ETA dé el paso final hacia su liquidación. Rajoy parece preso del ala radical de su partido y de las víctimas del terrorismo que recelan de cualquier mínima concesión. Algunos expertos de seguridad temen que la falta de avances en el proceso de paz pueda provocar que algunos integrantes de ETA se impacienten y vuelvan a poner bombas.
Es cierto que esta posibilidad existiría incluso en el caso de que la banda depusiera sus armas, tal como ocurrió en Irlanda del Norte con un grupo escindido del IRA que volvió a asesinar. Sin embargo, la desaparición de ETA abriría paso a una nueva época en el País Vasco, donde se podría seguir debatiendo tranquilamente para buscar una solución política y pacífica a las diferentes ambiciones políticas. Aunque probablemente nunca será como en la idealizada versión del filósofo Rousseau en el siglo XVIII: “Gernika es el pueblo más feliz del mundo. Sus asuntos los gobierna una junta de campesinos que se reúne bajo un roble, y siempre toma las decisiones más justas”.
@thiloschafer
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