El Heraldo

‘Drum Guru’

El piano resultó demasiado racional y me metió en un viaje medio depre por la cantidad de emociones perturbadas habida cuenta de la realidad global y local. Me puso en un nivel de sensibilidad que me llevó a decidir si seguía o no viendo noticieros de televisión. Por un lado, la responsabilidad de estar enterado de lo que sucede a nivel ‘glocal’ y, por el otro, la necesidad de sanidad mental ante unas imágenes que acompañan el primer café en las que se muestra cómo muere la gente en las calles de Colombia. La última escena que vi en la cual asesinan a puñaladas a un joven que intentó impedir un asalto fue lo que me condujo a una decisión drástica: la ceguera de imágenes y los titulares en el caracol del oído. Nada más.

Así que dejé lo intelectivo a un lado y me fui a lo básico para recuperar un ritmo mínimo con el cual sobrevivir mentalmente en este país. El quinto entre las piernas, la conga a la derecha y el tumbador a la izquierda. Los cueros están fríos, hay que calentarlos, empiezo en el quinto con el beat del corazón, lup-dup, lup-dup, lup-dup, para calmar la taquicardia postitulares. De vez en cuando una doble extrasístole en la conga, dun-dun, para iniciar una idea que se mezcle con lo que diga el quinto y repercuta de manera grave en el tumbador, dum. Y se establece un patrón que genera una idea que conduce al trance percusivo capaz de cambiar la emoción. El poder del tambor que se transmite de las manos al cerebro por simple vibración.

El cutuplá cuplá es una pobre metáfora para definir la onomatopeya de un tambor. Un tambor es cosa compleja, es la búsqueda con las manos sobre el cuero de respuestas a la realidad, de preguntas sobre qué hacer para que nuestra sociedad no se descoñete del todo. En el trance habla la voz del Drum Guru y dice cosas esperanzadoras: hace falta un leit motiv que pueda conjuntar a todos en la búsqueda de la paz,  no hay un consenso nacional en el que esté claro lo que eso significa para cada miembro de esta sociedad; ojalá los orishas y babalaos de La Habana inspiren a los negociadores para que creen un nuevo ritmo que ponga a bailar a todos. Mientras, el único estribillo que se puede cantar es nada, está pactado hasta cuando todo esté pactado.

Y agrega. Una sociedad tiene la posibilidad de salvarse si sus miembros son capaces de practicar las reglas mínimas que la sustentan, la aceptación y el respeto al otro sin distinciones, la defensa de los valores éticos desde el gen de la sociedad, el grupo familiar; cada casa debería ser una trinchera moral como último bastión de defensa ante el deterioro individual, familiar y social. La mayor parte de los ciudadanos no está como actor activo del conflicto, son víctimas pasivas de algo que es superior a ellos. Lo cual no los exime de responsabilidades.

Y remata. Ahijado del tambor, este es un país de cómodos en el que cada quien pretende que el gobierno de turno le resuelva todos sus problemas pero no aporta nada para llegar a ese fin, se mantiene en la actitud de la queja y la demanda, o de hacer lo mínimo para aparentar lo máximo y nunca pasa a la fase del hacer verdadero en el que se comprometa, al menos, a adoptar un rol decisivo en el proceso de paz.
haroldomartinez@hotmail.com 

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