En 1985, el escritor italiano Ítalo Calvino, un maestro fabulador y fabuloso de las letras universales, fue invitado por la Universidad de Harvard, como antes que él Borges y Octavio Paz, para citar a los latinoamericanos, a dictar seis conferencias magistrales, durante un período de un año, en el marco de la cátedra Charles Eliot Norton. Las tituló, en inglés, no en la lengua del Dante Alighieri, Six memos for the next milenium: Seis propuestas para el próximo milenio.

Y Calvino extrae del milenario ejercicio de las letras, en todo tiempo y lugar, incluso de la mitología griega y los cuentos de hadas, unos valores que son propios de los libros que llamamos “clásicos”, que constituyen la esencia misma de ese juguete de alta estética que recibe el nombre de Literatura, y los extrapola como paradigmas ontológicos al mundo de la vida, los fenómenos sociales e incluso la tecnología en este milenio donde la gente cita es a Deepak Chopra.

Ítalo Calvino, quien se sentó en la azotea de mi mente hace décadas con su trilogía Nuestros antepasados, nos dejó pues el maravilloso legado de estas seis propuestas: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad y consistencia. Esta última no pudo escribirla porque una semana antes de viajar a Estados Unidos se le dio por suscribirse al hábito también milenario de la muerte. Frente a ella, en su contra, no hay nada más bello que contar historias. Y te regalo dos, lector, de parte de Ítalo Calvino desde más acá de la muerte.

Perseo, el héroe de las sandalias aladas, debe enfrentarse a la Gorgona Medusa que petrifica con la mirada. Perseo no es un Arnold, no es un Hércules de gimnasio, para nada, todo en él sugiere ligereza, liviandad, como las estrategias del pensamiento puro. Sabe que no puede con el poder omnímodo del monstruo, lo acepta con humildad. De manera que va caminando de espaldas y en zigzag, y utiliza su escudo como un espejo retrovisor. De modo que cuando ve que la Gorgona está detrás, de un solo tajo la decapita. Del cuello cercenado de la Medusa nace Pegaso, el caballo alado, así como el arte nace del lodo. Por supuesto Perseo encarna la virtud de la ligereza. Venga otra.

Como es una antigua costumbre masculina, el emperador Carlomagno, ya anciano, se enamora perdidamente, ¿hay otra manera?, de un bellísima muchacha. El asunto adquiere visos de ardorosa pasión. Sus consejeros se preocupan, el hombre más poderoso de Europa en el siglo VIII después de Cristo abandona su imperio tras unos juveniles encantos. Pero la muchacha muere y los asesores respiran aliviados. No obstante, Carlomagno la manda a embalsamar y, enloquecido de amor, le tributa rituales de adoración. El arzobispo Turpín sospecha que se trata de una hechicería. En efecto, debajo de la lengua de la muchacha muerta halla un anillo con una piedra preciosa. Se lo pone, y el emperador deja de interesarse en la chica y se siente poderosamente atraído por Turpín. Incómodo con tal situación, el arzobispo lanza el anillo al lago Constanza, y Carlomagno se queda para siempre absorto en la enamorada contemplación de sus aguas especulares. Esto es rapidez, la historia incluye de todo, hasta símbolos freudianos, en apenas un párrafo.

Levedad, rapidez, bosque de fábulas. Para ponerme a tono, contemplo un sombrero de bruja que compré como homenaje a las mujeres de mi vida, porque entre brujos no nos pisamos las escobas.

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