Esto no es nada nuevo para quienes me conocen, pero en ocasiones es bueno repetirlo para que nadie se preste a malentendidos: soy vallenato de nacimiento y llevo 37 años viviendo en Bogotá. La etiqueta ‘regionalista’ no va conmigo (hace ocho días critiqué en este mismo espacio el actual estado de Cartagena). Pero que no lo sea no significa que no lo vea, tal cual ocurrió el lunes pasado durante la premier del documental sobre García Márquez producido por Caracol Televisión.

Viendo pasar en pantalla grande la vida y obra de uno de los escritores que más sigue influyendo en mi trabajo, tuve sensaciones contradictorias de emoción y molestia. Emotivo fue el recuento de la vida de nuestra Nobel; las imágenes de Aracataca, de Sucre, del río Grande de la Magdalena; emotivo fue escucharlo contando anécdotas que nos recuerdan su carácter festivo.

Pero en medio de tantos amigos consultados, no aparecen costeños. Es demasiado diciente. Demasiado. Casi que ofensivo. Gabo es, ante todo, colombiano. No hay que explicarlo. Pero nació en la Costa Caribe y, precisamente por ello, antes de la fama –pero también después-, más de una vez fue discriminado por costeño.

En esta cinta, pareciera que sus raíces no importan. Aracataca y Sucre aparecen allí como escenarios oníricos de un escritor cachaco o como pueblos de una infancia lejana e irrelevante (dos de las pocas referencias costeñas se toman de boca de Plinio Mendoza con frases manidas sobre sus ‘corronchas’ camisas floridas –el adjetivo es mío– o el grito provinciano de cuando conoció la nieve). EL HERALDO, donde durante varios años escribió su famosa columna La jirafa, no aparece mencionado ni por leve equivocación. ¡Ni una sola y lejana cita al diario de formación!

Salvo sus hermanos Jaime y Aída, la cinta carece de voces costeñas. Duele al saber cuánto lo quisieron, conocieron y estuvieron a su lado escritores como Roberto Burgos Cantor, José Luis Diaz-Granados, Juan Gossaín, Óscar Alarcón… ¿Por qué diablos no aparece por ninguna parte la voz de Jaime Abello Banfi? ¿Lo invitaron a participar y se negó? También eché de menos a sus amigos cercanos o investigadores de su vida y obra como Katya González, Guillermo Valencia Abdalá, Tita Cepeda, Manuel Domingo Rojas, Mauricio Vargas, Eduardo Márceles, Gustavo Ramírez Ariza, Leo Matiz y otros de cuando era feliz y desconocido en sus años mozos en La Arenosa. En cambio, se excede en citas del expresidente gringo (como si la importancia de Gabo radicara en su amistad con Clinton).

El documental parece hecho para mostrar la relación de Gabo con la élite bogotana. Y está bien: María Jimena Duzán, María Elvira Samper, Enrique Santos, todos ellos fueron sus amigos y trabajaron muy estrechamente a su lado (la locución clara y recia de Juan Gabriel Vásquez en el papel de anfitrión tampoco amerita crítica). El lío, entonces, no es que ellos hayan dado vida a este documental, sino que no lo hayan hecho –también– los otros. Es decir, sus paisanos.

Faltan voces. Muchas voces. Pero esas voces que faltan, que también son importantes, son precisamente las voces costeñas. ¿Falta de profundidad en la investigación, dejadez o censura?   

@sanchezbaute