Úber, el coco de los taxistas y el ángel de los tarjetahabientes, llegará este 25 de noviembre al Congreso, después de un decreto de Santos, en el que le pica el ojo y le abre un poco la puerta a operar desde la legalidad. Con el anuncio del decreto que reglamentará la creación de una nueva categoría de ‘taxis de lujo’ que operarán a través de plataformas tecnológicas y por medio de la creación de empresas de transporte, si bien no se regula la actividad propia de Úber, sí se abre la puerta del transporte a gremios diferentes del taxismo tradicional. Pues bien, ya es hora de que el Congreso haga algo productivo y realice un debate serio y racional sobre las demandas del mercado y las necesidades del consumidor en medio de los sistemas de transporte –bastante subdesarrollados– de Colombia.

El decreto anunciado por Santos, si bien responde, aunque vagamente, a la nueva ola de tecnologías y a los modelos de transporte actual, deja de lado el tema más preocupante para los colombianos: el mejoramiento del servicio de taxis actual. Para el usuario promedio, Úber no es la opción más común de transporte, incluso el taxi tampoco lo es, sin embargo, entre el primero y segundo, el taxi es el más demandado por los ciudadanos de a pie. Seis de cada 10 taxistas en Bogotá alteran los taxímetros para cobrar más, se aprovechan de los turistas en los aeropuertos para cobrar el doble, algunos otros se comportan como machistas desadaptados, y hay otros que quieren hacer su santa voluntad con el usuario como si estuvieran haciendo un favor y no prestando un servicio, ¿qué va a pasar con ellos?

Con el nuevo decreto se exige a los conductores de taxis de lujo que realicen un curso de 50 horas de capacitación, cosa que deberían exigirles a los amarillos de igual forma, quienes son, probablemente, los causantes de mayor disgusto al usuario de estos medios de transporte. Manejan como desquiciados en película de ficción hollywoodense, y a la mitad de los conductores no les place llevar a un usuario al destino que necesita, sino solo a los lugares que ellos prefieren. Como dijo una tuitera aquel día, lo ideal sería preguntarle al taxista para dónde va y si coinciden se paga la carrera mitad y mitad.

El tema de Úber es un servicio requerido por el mercado y los consumidores, sin embargo, creer que con su formalización se logrará solucionar el problema de la guachada taxista están más que perdidos, sobre todo aquellos que juran que los estratos 5 y 6 son mayoría en el país, y que todo el mundo posee una tarjeta de crédito para pagar tarifas costosísimas de Úber cuando no haya taxi. Si se regula Úber, que estaría muy bien para mejorar la calidad a través de la competencia, también se deben reformar las exigencias requeridas a los taxistas, porque si bien habrá quien no se vuelva a montar en un taxi, se deja a merced del taxista el tratamiento que reciben los usuarios que en últimas decidan o les toque utilizar el servicio.

@tatidangond