El Heraldo

Del timbo al tambo no hay mística deportiva

Los periodistas deportivos que contamos por lustros y décadas los años que tenemos de servicios en esta profesión u oficio, que es como quieren algunos quisquillosos que llamemos la actividad periodística que ejercemos, sabemos de sobra cuando es que vamos a escribir un artículo que ha de provocar fuertes reacciones en algunos medios, aún desde antes de comenzar a escribirlo. No es por ninguna condición de pitoniso, sino simplemente de captación de los elementos componentes del artículo por escribir.

Este es uno de esos artículos, en el que vamos a discrepar por la oferta y la aceptación de parte del jugador colombiano Falcao García al equipo de Mónaco, ese minúsculo pero floreciente territorio francoeuropeo, montañosamente más quebrado que paracaidista al que no se le abrió el paracaídas y no quedó con un hueso.

Con perdón de los falcaoneros -entre los cuales nos incluimos- porque es un jugador de nuestro país y luce siempre como un futbolista sencillo y afable, indemne a la jaquería, que es un mal en el balompié más extendido que casi como lo fue la peste bubónica, que casi acaba toda una Europa, allá por el siglo XV, es ‘traslpanteo’ de club en club como tienen a Falcao, se nos hace que no le presta mayor favor a su propia silueta.

Parte de la enorme admiración que siempre hemos tenido por la figura de Pelé ha estado concentrada en su fidelidad a un solo club, en su larga vida de jugador. Pelé era el equipo Santos y el Santos era Pelé. A este gigante del fútbol lo vimos jugar una noche en el estadio Romelio Martínez y pudimos observar algo que muchos espectadores  también pudieron palparlo: todo el club brasilero jugaba para Edson Arantes Do Nascimiento. De ahí emanaba la inalcanzable cifra de 1200 goles, en números globales, que pudo alcanzar.

No solo nuestra admiración giraba en torno a la figura de Pelé. Roberto Meléndez duró casi 25 años en el fútbol y siempre militó en un mismo equipo. Como adolescente jugó en el Juventud Junior que creó doña Micaela Lavalle de Mejía para que jugaran sus hijos menores y luego permaneció más de 20 años en el Juventud Junior de las grandes jornadas que vimos, tanto en el Estadio Moderno como en el Romelio.

Esa permanencia en una misma institución es un hálito que crea una mística perdurable, que jamás podría verse en el jugador que va del timbo al tambo, de club en club, animado únicamente por ‘el vil metal’. El mercadeo descarado que hay en el fútbol colombiano, en el que este año está en un equipo y mañana en otro, no nos digan que eso genera mística, admiración, fidelidad deportiva, porque nos va a dar un ataque de risa de la madona.

Y para evitarla, tronchemos esto de inmediato…

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