El Heraldo

De tabletas y libros

La reunión fue como la ceremonia de un seppuku, el ritual japonés del suicidio en el código de los samuráis mediante el desentrañamiento, es decir, cortarse el vientre con una daga –tantó– de 30 centímetros en un tajo de izquierda a derecha y luego subir hasta el esternón, como una manera de morir con dignidad antes que deshonrado. Así fue como me sentí cuando se acabó el encuentro viernético y miré hacia el sitio donde habíamos estado departiendo para ver mi espíritu arrodillado con el kimono abierto escribiendo sobre el tessen, abanico de guerra, el poema de despedida –o yuigon– que escribe el guerrero antes del corte mortal. A un lado, la botella de sake que he estado bebiendo como parte del ritual; al otro, el tantó en el piso y un poco más atrás el kaishaku, la persona que ayuda al suicida al decapitarlo en el momento preciso a una señal convenida para acabar con la agonía de una muerte lenta.

Todo empezó porque les dije que había hecho un esfuerzo serio por disfrutar el acto de leer un libro en una tableta con todas las condiciones básicas para un lector como yo: buena silla, buena luz, un café bien bacano y la complicidad nicotínica de un pielroja. Les dije que la experiencia me resultó gratificante en muchos aspectos pero el placer de los sentidos era distinto, y les fui sustentando cada uno. No es lo mismo el acto ficticio de pasar una página virtual en una tableta que untarse el índice de saliva para pasar la página en un libro, doble placer, el gusto y el tacto. La tableta no huele a nada después de nueva, en cambio, cada libro tiene su olor, cada editorial huele distinto y va cambiando el olor, va oliendo a ti mientras lo ensalivas. La tableta solo tiene uno que otro click, al libro le suenan las páginas, el lomo, tu lápiz cuando escribes notas al margen.

Nojoda, no me dejaron terminar. Me cayeron en gavilla y me trataron desde romántico hasta prostático pasando por momia literaria que se resiste a morir. Su argumento era uno solo: el libro va a desaparecer. Las sustentaciones me llovieron: A futuro se necesitará espacio en este mundo y los libros ocupan mucho, todas las bibliotecas cabrán en un chip, no tienes nada que hacer. Los costos se reducen enormemente si no hay intermediarios, un libro que compras en librería por 60.000 pesos lo consigues en internet por 2 dólares. Los escritores ya saben que no se van a enriquecer escribiendo, lo que más les interesa es que los lean; es más probable que un libro tenga mayor difusión en la red a nivel mundial que una publicación en el villorrio. Tú que andas tan ocupado puedes ‘leer’ un libro en el equipo de sonido de tu carro con los discolibros. Mi compadre y yo, los únicos románticos de la noche que defendíamos la permanencia del libro a pesar del peso de los avances tecnológicos, lanzamos nuestros mejores mandobles de katana para decapitar sus argumentos pero cada vez nuestro punto se debilitaba mientras nos imponían un futuro aterrador sin un papel para leer.

Al final me escuché a mí mismo decir que para la edición de los libros es necesario sacrificar árboles y eso es algo que complejiza el análisis porque ahí entramos en lo ecológico.

Tenía razones para el harakiri, ¿cierto?

haroldomartinez@hotmail.com
 

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