De la Tele ( otra vez… )
Hace unos días, y liderado por la Autoridad Nacional de Televisión, se celebró en Bogotá la reunión de la Plataforma de Reguladores del Sector Audiovisual de Iberoamérica PRAI. El eje central de la discusión lo constituyó la reflexión sobre el papel regulatorio que en materia de televisión debe, si es que cabe, jugar el Estado en medio de las características actuales de una sociedad de la información que cada vez con más frecuencia consume contenidos audiovisuales por fuera de la que aún llamamos la pantalla tradicional.
La cifras que compartió en el evento el ministro Diego Molano son claras: se calcula que al finalizar este año se habrán vendido en el mundo cerca de 100 millones de receptores del tipo SmartTV, para el 2016 se espera que el 50% del flujo que ahora llamamos televisivo se realice por Internet, por youtube se accede a 6 mil millones de horas de video al mes, y el 40% de esa cifra corresponde a accesos desde dispositivos móviles.
Estos, que son apenas algunos de muchos datos, apuntan a lo mismo: tecnología y contenidos se han mezclado en una urdimbre compleja que deriva en el anacronismo de modelos regulatorios históricamente ocupados en diferenciar los contenidos con base en horarios de emisión para segmentos de la audiencia. En un ambiente digital totalmente liberalizado como el que Internet nos enseña, eso no aplica. Sencillamente no existe. De hecho, desde hace casi una década el tema del “gobierno de la Internet” se viene discutiendo en conferencias mundiales sin mayores avances.
Ahora bien, esto no quiere decir que el Estado deba renunciar a la posibilidad de regular basado, entre otras cosas, en el fomento a la producción y difusión de contenidos audiovisuales socialmente responsables por parte de todos los actores de la industria. El cómodo arropo que el nebuloso rating y la libertad de expresión le ofrecen a la televisión privada (libertad de expresión a la que acuden cuando les conviene), no la exime de la obligación de autorregularse a partir de códigos que entiendan primero, y como debe ser, a la televisión como un servicio público y como un constructor de sentidos colectivos fuertemente arraigados en la sociedad. Desde allí también pueden, como lo han sabido hacer, desarrollar un muy rentable negocio.
Por el lado de la televisión pública debe entrar a revisarse su modelo de financiación con miras a asegurar su sostenibilidad y adecuado desarrollo en el sobreentendido de que su programación priorizará el hacer visible la cultura y saberes de lo local, lo regional, y de grupos socialmente vulnerables; todo con un vestido de entretenimiento ameno, con propuestas estéticas y narrativas distintas, sugerentes y provocativas.
Y en esta película, sin duda alguna, el protagonista principal es el usuario; ese que antes se llamaba televidente, al que ahora algunos le dicen prosumidor, y tristemente pocos nombran como ciudadano. El uso y consumo responsable y criterioso de los contenidos audiovisuales a los que acceda por la pantalla que prefiera será capaz de generar tendencias mucho más poderosas que cualquier marco regulatorio.
Ese es el panorama. Claro es que no hay nada claro; pero claro es que como está no va a seguir estando. En el entretanto, la nueva programación de Telecaribe pinta bien. ¿Ya la vio?
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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