De la tele
Seis décadas y casi dos meses han pasado desde que en poco más de 400 receptores se vio nacer la televisión en Colombia. Importada al país de la mano de Fernando Gómez Agudelo y un equipo de técnicos cubanos, transmisores alemanes y cámaras norteamericanas, la caja mágica fue el regalo con el que el general Gustavo Rojas Pinilla festejó su primer año en el poder. Apelativos de educativa y cultural junto con titulares de prensa que la catalogaban como “el azote de los maridos juerguistas” saludaban al nuevo miembro de la familia colombiana. Al poco tiempo, y producto de un ambicioso plan de masificación de redes y consumo a pesar de lo abrupta de nuestra geografía, la televisión cubrió una buena parte del territorio nacional para, mal o bien, contribuir grandemente a definirnos como sociedad en medio de ese concepto gaseoso al que llaman Colombianidad. Claro es que por mucho tiempo el nuestro ha sido un país de televidentes; pero igual de claro es que la televisión no es más lo que era.
Para empezar, un televidente no necesita del televisor para serlo. Los adelantos tecnológicos derivados de la masificación del internet y el consecuente abaratamiento de dispositivos para conectarse y acceder a la nueva autopista de la información trajeron consigo un aumento en el flujo de contenido audiovisual que circula y se ve en distintas pantallas. Al mismo tiempo, y producto de lo anterior, el que antes solo era un consumidor ahora se vuelve un productor de contenidos audiovisuales para compartir libremente. Mientras usted lee este párrafo, se están subiendo a youtube un promedio de 75 horas de video por parte de cientos de miles de usuarios ubicados fuera y, en cierta medida, compitiendo con lo que entendemos como industria del entretenimiento.
Conscientes de esta fragmentación de pantallas y por ende de atención, la citada industria coloniza rápidamente espacios en la red para ofrecer otro tipo de acceso a sus contenidos. El concepto del “prime time”, que acompañaba ciertas franjas horarias en las que se acostumbraban emitir los programas destinados al mayor rating, ha cambiado por el de “my time” para adaptarse a los ya no tan nuevos hábitos de una audiencia capaz de acceder donde quiera y a la hora que quiera a ver los contenidos que prefiera.
En este marco, vale preguntarse por la pertinencia de mantener marcos legales anclados en conceptos que insisten en definir a la televisión con preeminencia en lo tecnológico antes que en la apropiación social e impacto de sus contenidos. La industria televisiva colombiana, y en particular la televisión pública, requiere con urgencia que se revise y actualice la actual legislación, así como la pertinencia de los modelos regulatorios a ella atados. En cualquier caso, el foco siempre debe estar puesto en brindar al televidente las mejores de las opciones a elegir. Estos son los tiempos del televidente, usuario en doble vía de lo que el medio le ofrece y permite ofrecer. No me canso de repetir que un mejor televidente hace una mejor televisión.
Sesenta años han pasado y allí sigue, pero tanto ella como nosotros sabemos que el mundo no es igual.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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