El Heraldo

Cómo manejar el poder

Si algo requiere unas habilidades muy particulares y una gran dosis de realismo, es el manejo del poder. Y si el solo acceso al poder político embriaga por definición a la gente, mucho más grave es cuando se combinan en una persona o en una familia, el poder económico con el poder político. En las sociedades latinoamericanas donde nadie puede hablar de sangre azul así se sientan como tales, nada más arrogante que alguien poderoso. Como será el caso, que las excepciones a este comportamiento generalizado son tan escasas, que convierten a esos pocos seres humanos que manejan su gran capacidad de influencia con humildad y discreción, en verdaderas excepciones que pueden contarse con los dedos de la mano. Y sobran dedos.

Pero el caso de Colombia es aún más serio. Miembros de estas familias poderosas han llegado a expresar en público que se merecen determinadas posiciones porque ellos pertenecen a una dinastía. ¡Hágame el favor! Se lo creen de verdad y actúan en consecuencia: con arrogancia, con actitudes displicentes hacia los demás y sobre todo sin argumentos porque están convencidos de que no los necesitan. Se llegan a convertir en seres insufribles.

La pregunta de fondo es ¿por qué en Colombia es tan frecuente que quienes tienen poder son intolerantes, pretenciosos y actúan cono reyezuelos? Una posible explicación puede encontrarse en la profunda desigualdad de esta sociedad, que hace que quienes vienen de abajo y han sufrido la discriminación, cuando se vuelven importantes en vez de acordarse cuando nadie los miraba, ahora deciden no mirar a nadie, ser agresivos con quienes ahora están en una posición inferior que conocen muy bien porque allí estuvieron. Los desequilibrios sociales  que predominan en esta sociedad llevan a quienes logran ascender en la escala social, a sobreestimarse en vez de ser solidarios con quienes no han tenido esa suerte.

Pero para entender mejor las razones por las cuales a los hoy poderosos se les olvida su pasado cuando eran pobres o simplemente clase media, es el arribismo típico de una sociedad separada en estratos. Y este horrible comportamiento no solo lo asumen los que ascienden sino los que no, y en ese caso el arribismo se convierte en lagartería. Pecado horrible que florece en nuestro país como flor salvaje.

Se les olvida que esos reinados cuando se llenan de vanidad terminan cometiendo errores que empieza a desmoronar su imagen porque si algo tienen los colombianos, es que son lo suficientemente inteligentes para saber cuándo se debe pasar de la alabanza a esos ídolos de barro al rechazo. Este puede ser el fin de las mal llamadas dinastías basadas en el dinero y en el ejercicio de una política clientelista y marrullera. Esos son los líderes que esta Colombia que entrará al posconflicto, no necesita. Por el contrario, aquellos que reconocen que manejar bien el poder es un verdadero arte y lo logran generan respeto y admiración. 

cecilia@cecilialopez.com

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