El Heraldo

¿Carnavalizar la cultura?

Esta introducción parecería redundante si no fuera porque existe la creencia de que si uno critica algo lo hace exclusivamente en contra de alguien, de manera que me declaro pastora ferviente de la cultura popular y dentro de ella considero al Carnaval de Barranquilla como el non plus ultra, el hito de nuestra esencia, epitome de nuestra idiosincrasia. Pero año tras año se viene notando un marcado acento en que la ciudad es Carnaval los 365 días y festejar con grupos folclóricos y hasta disfrazados se adentra más allá del domingo de resurrección.

Ciertamente son nuestras danzas de tradición y contienen una riqueza indudable, como quiera que son producto de la transmisión oral, la gran fortuna de nuestro pueblo, pero no pueden sacarlas del ámbito del dios Momo que, para eso, cada vez comienza a tronar tambores más temprano. Recuerden que para septiembre ya entra en candela la elección de la reina y que desde el siete de diciembre suenan las flautas y gaitas. Y ese debe ser su marco de acción y representación, porque el resultado es que lo popular ha desplazado al arte y en la ciudad existen otras manifestaciones de la creatividad que no estamos apreciando ni ofreciéndole espacios para mostrarse.

Otro aspecto que hay que considerar es que el ambiente carnavalesco lleva a quienes trabajan en los medios y más específicamente en la radio, a usar lenguajes propios de la temporada del desorden y la plebedad divertida, como es un Carnaval, y eso está produciendo una clara disminución de la calidad del idioma, a la vez que estimula comportamientos muy válidos durante los festejos pero completamente fuera de tono en la cotidianidad del año.

No podemos ser la ciudad Carnaval, si bien hace falta un espectáculo de Carnaval permanente en el Amira de la Rosa o el José Consuegra, que puedan apreciar los visitantes, como hacen en México, por ejemplo. Y no debemos serlo, porque ya somos considerados los rumberos A-1 y no necesitamos reforzar en la ciudadanía valores que solo pertenecen a un momento de la vida cultural. Lo que las carnestolendas permiten, no puede ser parte de nuestro comportamiento de ciudadanos: el ruido, la chabacanería, el irrespeto y el igualamiento no pueden durar 365 días.

Necesitamos ciudadanos pensantes y deliberantes que observen a la ciudad y sus gobernantes y no solo gente chévere, tiradora de paso, aislada de las grandes decisiones que se toman en nuestro nombre. El Carnaval es maravilloso, damas y caballeros, pero no es nuestra vida, como cantó Celia Cruz. El momento nacional exige nuestra atención y participación, necesitamos concentración y estudio para ser capaces de intervenir en el destino de la ciudad. Y como escribí al comienzo, hay que mirar las artes en la seguridad de que es por medio de ellas que elevamos nuestro nivel cultural.

losalcas@hotmail.com

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