Camino a la perdición
Como nunca antes, Colombia se encuentra en un estado de polarización y crispación que raya en el delirio. Los odios parecen demarcar el rumbo de la Nación, y, para completar el negro panorama, como consecuencia de las actitudes erráticas de la dirigencia política y de gran parte de los funcionarios públicos, la institucionalidad está completamente fracturada. El debate de Cepeda a Uribe y la baja aceptación de las actuaciones de la justicia son pruebas irrefutables de lo anterior.
Es una incoherencia impresentable que el mismo Congreso, que mayoritariamente promueve la paz, se preste para realizar un debate contra el jefe de la oposición, a sabiendas de que esa discusión no conducirá a nada distinto de exacerbar las diferencias existentes. Por un lado, se patrocina la paz y, por el otro, se ataca a los contradictores. Por supuesto que los debates parlamentarios son piedra angular en una democracia; pero, cuando esos escenarios se instrumentalizan para fines personales, el daño es más grande que los beneficios.
Iván Cepeda tiene derecho a cuestionar a Álvaro Uribe, al tiempo que el expresidente puede hacer lo propio con el senador del Polo; pero ambos deben entender de una buena vez que esa confrontación no trae nada bueno para el País, y lo que corresponde, en consecuencia, es trabajar por los intereses superiores de la Patria, soslayando las pequeñeces del alma. Se puede defender el disenso personal, sin necesidad de causarle daños estructurales al inconsciente colectivo.
Lamentable espectáculo el que presenciamos los colombianos: “la cuna de la democracia” incendiada como un campo de guerra, ataques personales y descalificaciones a tutiplén, y, sin embargo, nadie habló de las reformas necesarias para dejar de ser un país tercermundista; ningún congresista se preocupó por la gente que se muere de hambre, que no tiene acceso a la educación, a la justicia y a la salud.
Ese desventurado debate, que más bien parecía un ring de boxeo, reflejó, además, el rastro de sangre de una sociedad avasallada por la violencia: muchos de los parlamentarios que intervinieron de uno y otro lado han sido víctimas directas del conflicto armado. Conté a varios, cuyos padres y familiares cayeron por las balas de la guerrilla o de los paramilitares, empezando por Uribe y Cepeda. A todos se les olvidó que el conflicto armado que buscan resolver empezó hace más de 50 años, precisamente por la violencia partidista.
¿Como puede creer el ciudadano de a pie en la paz, si desde las altas dignidades del Estado se promueve la violencia como forma de expresión? No hay derecho a tanta estupidez de la clase política. Que ahora no vengan los medios de comunicación a lavarse las manos por este estropicio descomunal, porque tienen su cuota de responsabilidad, pues, gracias a micrófonos incontinentes y a rotativas azuzadoras, estamos como estamos.
Si al clima de pugnacidad y señalamientos que azota nuestra cotidianidad le agregamos la falta de justicia o la “justicia a la carta”, dependiendo del “marrano”, estamos en presencia de la combinación letal necesaria que hará estallar al país en mil pedazos. Nuestra justicia no solo es selectiva, cuando de interese políticos se trata; también en negociable, dependiendo de la oferta.
Lo que está pasando produce asco, da dolor de patria y es terrible. Vamos, como Estado y sociedad, camino a la perdición, y estamos a pocos pasos de cruzar el límite entre lo que queda de la civilidad y el caos total. ¡Están advertidos!
abdelaespriella@lawyersenterprise.com
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