Durante largo tiempo se han creado, mantenido y transmitido mitos, que son en realidad falsas creencias sobre las diferencias entre hombres y mujeres. Una pildorita puede ambientar esto de los mitos: “Y Dios creó al hombre y luego a la mujer”… En la realidad, Eva no salió de Adán, sino Adán de Eva. La inferioridad femenina antes presente no solo en lo intelectual sino en lo físico, es cosa del pasado.
Era impensable la idea de tener mujeres gobernadoras, presidentas de países poderosos, alcaldesas, primeras ministras. Hoy la realidad lo corrobora. La incorporación de la mujer al mercado laboral ha cambiado el panorama de las familias; conciliar el trabajo, el hogar y los hijos es uno de los grandes retos del siglo XXI que contribuirá a que el rol de esta cambie. ¿Y qué pasa con el del hombre?
Si miramos atrás, el cambio del papel de la mujer en nuestro país ha sido abismal y en poco tiempo. Por otro lado, la masculinidad también cambió. Eso de que el varón tiene que ser solamente signo de virilidad, fuerza, vigor está out. Estos han empezado a colaborar en las labores domésticas, a permitirse quiebres emocionales ante el estrés y están más coquetos.
El reconocido actor de cine Ashton Kutcher reclamaba que por qué no habían cambiadores de bebés en los baños masculinos de los centros comerciales, ya que su papel de padre empoderado lo requería.
Muchos hombres siguen anclados en antiguos roles, pero otros no. A veces se ve mal que este abandone su trabajo para cuidar a sus hijos, pero esos prejuicios ya tienden a desaparecer. Ambos cónyuges son importantes e igual de importantes son sus trabajos, por lo tanto hay que llegar a un acuerdo que los perjudique lo mínimo posible. Las tareas y el cuidado de los hijos ahora es un tema para compartir. Las diferencias están tendiendo a igualarse.
Si bien es cierto que los logros del sexo femenino han sido destacados porque muestran altos niveles de responsabilidad tanto en los negocios como en la política, lo que incide en el papel que juega la mujer como modelo de poder y autoridad dentro del hogar, desafortunadamente persiste aún la subordinación, sumisión y maltrato en algunos sectores de la población femenina en nuestro país. Aquí no debemos emular el estilo del futuro presidente de Estados Unidos, quien goza descalificando y afectando la integridad de las mujeres y a los más desvalidos con sus ambiguos puntos de vista.
Mientras se pueda compartir el trabajo, la economía, el afecto y la crianza de los hijos, no podemos renunciar a lo que somos. El hombre no debe abandonar su identidad protectora, caballerosa y su papel de padre; la mujer no debe renunciar a su identidad sensible, creativa y su papel de madre. En la medida que hallemos un punto medio favorable, para cambiar los roles, se podrán sentar nuevas bases para una familia y sociedad mejor encaminada.
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