El Heraldo

Cabalmente imaginada

Imagino a María Fernanda Cabal como muchas cosas, menos como congresista de Colombia. La imagino organizando comidas para los amigos de su marido; la imagino entrando a misa los domingos, mantilla en la cabeza y camándula en la mano; la imagino besando la blanca mano de su jefe político, con los ojos bañados en lágrimas de amor; la imagino observando largamente una fotografía de Gabriel García Márquez mientras trata de entender por qué el anciano de bigote es tan importante para el mundo; la imagino, en fin, como una mujer de su casa, limitada en sus acciones y razonamientos, tratando de ejercer con dignidad su condición de neomatrona conservadora y católica, en estos tiempos de libertinaje y vagabundería.

No puedo pensar en ella como Presidenta de la agencia de viajes para estudiantes Student Travel Center, ni mucho menos como Directora de Asuntos Internacionales de la Fiscalía General de la Nación (no sé muy bien para qué sirve ese cargo). Creo que no es mi culpa. Creo que ella misma se ha encargado, en sus contadas pero escandalosas apariciones públicas, de sembrar en mi entendimiento y mi corazón, una mezquina semilla de dudas, que me impide pensarla como una líder política, como una líder de algo.

Esta mujer caleña, casada con un expretendiente al trono de Uribe, es una muestra viva, caricaturesca sí, pero viva al fin y al cabo, de lo que es nuestra política local. Por un lado, representa a una derecha vacía de ideología, reaccionaria e inútil; por otra parte, encarna a una clase dirigente surgida en la provincia, leal por siempre a un caudillo que los liberó de los retenes guerrilleros que les impedía a sus miembros llegar a sus fincas los fines de semana a contar sus miles de cabezas de ganado; y también es el ejemplo de una oposición destructiva, gobernada por la rabia y la sed de venganza.

Trato de perdonarla por sus trinos destemplados e ignorantes, pero no puedo hacerlo, porque, en contra de todos los pronósticos, sí logro imaginarla calentando una silla en algún salón de clases de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de los Andes, una institución muy costosa y prestigiosa que se precia de formar en un ambiente democrático y tolerante, a los hombres y mujeres más importantes del país. Ella dice que estudió allá y eso ha tenido que servirle de algo. Pero tal parece que ese dinero se perdió.

En realidad no me sorprende que María Fernanda, Mafe, Mariafer, haya resultado elegida para representar los intereses de unos ciudadanos que ni siquiera saben quién es ella. Así somos aquí. Tampoco me parecen increíbles sus opiniones desproporcionadas ni su apoyo incondicional a los anteriores subalternos de su jefe, condenados y prófugos. Renuncio a la sorpresa y la sustituyo por algunas preguntas fundamentales: ¿Cuáles serán las iniciativas que propondrá en estos cuatro años de ejercicio parlamentario? ¿Cómo las sustentará en las comisiones y plenarias? ¿Quién le escribirá los textos de sus intervenciones? ¿Alguien en el congreso le prestará juiciosa atención a sus planteamientos? ¿También faltará a su trabajo con frecuencia, como suelen hacerlo sus compañeritos parlamentarios? ¿Acaso se quedará dormida en su curul alguna tarde? ¿Podrá explicarle a Colombia alguna vez, en su condición de orgullosa mujer conservadora, qué rayos es lo que pretende conservar?

Si la señora Cabal logra despejar alguno de estos interrogantes, yo ya no tendré que imaginarla o no imaginarla; podré entonces soportarla, no sin tedio, pero por lo menos con la certeza de que existe.

jorgei13@hotmail.com

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