El Heraldo

Blanco y negro

El homicidio de Michael Brown, un joven negro, a manos de un policía blanco en Ferguson Missouri detonó protestas espectaculares en Estados Unidos e hizo palpable lo que se ha llamado un fuerte “enfrentamiento racial” que muchos asumían superado pero que encuentra eco en casi todos los países del mundo. Este racismo parte de un maniqueísmo en el que se plantean equivalencias gratuitas: lo bueno, la luz, es lo blanco; lo malo y lo oscuro es lo negro. Así, muchas veces las personas son reemplazadas por símbolos que poco o nada tienen que ver con los individuos, pues las dualidades en alto contraste son simplistas y mucho más fáciles de digerir que las maneras de los seres humanos, que son complejas y llenas de matices grises.

El racismo vive de manera muy agresiva en nuestros juicios estéticos. Estados Unidos celebra tener un presidente negro (que en realidad es mestizo) y alaba el buen gusto de Michelle Obama: su cabello alisado y sus vestidos a la Jackie O. ¿Cómo creer que el racismo se ha acabado cuando todos los negros que alcanzan reconocimientos públicos (desde Halle Berry -la “Barbie” negra- hasta el presidente) son los de piel más clara, los del comportamiento más “domesticado”?

En Colombia, donde somos visiblemente mestizos, no necesariamente llamamos al otro “negro”, también le decimos “indio”, y más allá del color de piel, “pobre”, “guerrillero”, “vago”, “campesino” y hasta “joven”. A los contados negros con poder y/o dinero en Colombia les decimos “morenos”. La columnista de El Espectador, Tatiana Acevedo, llamó la atención sobre el homicidio de John Alexánder Ramírez el domingo pasado a manos de un miembro del Batallón de Apoyo y Servicios para el Combate No 5 Mercedes Ábrego el en la Ciudadela Nuevo Girón, en el área metropolitana de Bucaramanga. Tras el homicidio, la gente de la ciudadela intentó atacar a los soldados que tuvieron que salir escoltados por el Esmad. Según los soldados el joven los agredió verbalmente y les robó una cachucha. Según los amigos del joven, habían salido a “meter droga” al monte después de desayunar y uno de los soldados se les vino encima. La comunidad dice que el joven no estaba armado, y el concejal Humberto Blanco denunció que al muerto le habían plantado una granada de fragmentación para justificar su muerte.

Todos en Colombia estamos familiarizados con esos absurdos prejuicios de la fuerza pública, que persigue a cualquier hombre joven y pobre que ve caminando por ahí: eso basta para ser un sospechoso. Como en Ferguson, nuestra fuerza pública está armada hasta los dientes y no está entrenada para la conciliación ni para resolver conflictos de manera pacífica. Esa tendría que ser la tarea primordial de los policías pero en cambio solo los diferenciamos del ejército por el calibre de sus armas.

Es triste ver como la fuerza pública cree a pie juntillas las ficciones del clasismo y el racismo, necesarias para mantener un proyecto antiquísimo de blanqueamiento que no tiene que ver tanto con la raza como con el poder. La construcción cultural y retórica de estas falsas tensiones no es más que el escenario conceptual que permite y mantiene instrumentos represivos. Solo así puede reclamarse un contexto, como el de Ferguson yo la Ciudadela Nuevo Girón, en los que se justifican violaciones a los derechos humanos para mantener el Statu Quo. Es necesario inventar un “otro” (no importa su color de piel) peligroso, irracional, violento, deshumanizado para que una fuerza pública, que probablemente comparte condiciones de desigualdad social similares, se sienta justificada para reprimirlo, o hasta matarlo, sin remordimiento.

@Catalinapordios

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