El Heraldo
Opinión

¿Bailamos?

En nuestra Costa Caribe el baile es un ritual sin misterios.

Bailamos en la caseta, cuando barremos la casa, cuando conducimos el carro, cuando caminamos.

Antes de poner la rodilla en el piso para gatear, nuestros niños empiezan a mover el esqueleto.

Bailamos porque somos África. Bailamos porque descubrimos en el tambor acompasado la manera de espantar nuestras agonías. Bailamos porque la música es nuestro atajo a la felicidad.

Esa trocha es, entre nosotros, fiesta y cortesía.

Asumimos como un acto de mala educación bailar mientras otros están sentados.

Por eso es que los extranjeros terminan danzando en las rondas de cumbia que presencian como observadores y los cachacos de cachetes colorados no se pueden resistir a la negra de caderas sudorosas que los saca de entre el público para que tengan el primer mapalé de su vida.

La idea no es que hagan el ridiculo (y si lo hacen no es culpa nuestra) sino que disfruten como nosotros.

Yo me imagino a los funcionarios de la ONU que estuvieron en el campamento de las Farc en Conejo, corregimiento de Fonseca.

Para empezar, a quién se le ocurre enviar una misión verificadora un 31 de diciembre a la media noche. 

Pero bueno, estaban allí, en medio de los vallenatos parranderos de Diomedes Díaz, y el sentimiento contagiante de los pitos de año viejo. Y aparecieron las encantadoras guerrilleras, con sus movimientos de caderas, a invitarlos a la pista de baile.

Al principio seguramente se resistieron por aquello del protocolo, pero también sería una descortesía rechazar con tanta insistencia las señas que le prolijaban las anfitrionas, así que accedieron. Y eso fue todo.

No entiendo el alboroto.

Afirmar que los funcionarios rompieron el principio de neutralidad al jamaquear un merengue del Cacique, es insinuar que uno siempre se acuesta con la pareja que le acepta una pieza de fandango.

Y no hay tal.

Mientras uno baila no odia, ni juzga, ni desconfía, ni verifica, ni aprueba. Solo escucha la música y se deja guiar.

Ese es un momento sublime en el que no cabe la política, ni el terrorismo, ni el IVA del 19 por ciento.

Quien no lo vea así seguramente no sabe zapatear o no tiene una razón para hacerlo o lo está haciendo con la más fea. Nietzsche se los dijo: deberían considerar perdidos los días en que no han bailado al menos una vez.

Lo que siento es que estamos en presencia de un nuevo país en el que ya no armamos debates por las emboscadas guerrilleras o los falsos positivos. Ahora discutimos por las rumbas.

Claro que también hay gente que sigue buscando excusas para perpetuar sus discursos guerreristas, y lo mismo les irrita esta parranda que la foto de los soldados posando con los guerrilleros, o el video de todos ellos empujando un carro atascado en el lodazal. 

Mi sugerencia es que no prestemos atención y sigamos bailando. Como sugirió el escritor norteamericano James Howe, “la vida es corta y siempre habrá platos sucios que lavar”.

albertomartinezmonterrosa@gmail.com - @AlbertoMtinezM

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