Bacca: el valor de cambiar
El hijo le pedía a su padre que jugara con él. Este, ocupado en otras cosas, le repetía que luego. Pero era tal la insistencia del niño que el padre, para ‘quitárselo’ de encima por un rato, cogió una hoja que mostraba un mapa del mundo con división política; la recortó, transformó la hoja en una cantidad de papeles, en una especie de piezas de un rompecabezas y le dijo que cuando lo armara jugaría con él, seguro que su hijo desconocía el mapamundi y se demoraría.
Pero antes de cinco minutos apareció el niño con el rompecabezas armado. Sorprendido, el padre le preguntó cómo lo había hecho, si él nunca había visto un mapa del mundo.
El hijo le respondió: cuando recortaste la hoja yo vi que del otro lado había una foto de un hombre, entonces, di la vuelta a los papelitos y coloqué las partes del señor una al lado de la otra. Fue fácil. Cuando terminé de acomodar al hombre, el mundo se acomodó solo.
Esta breve historia recrea lo que algunos estudiosos del ser humano sostienen: solo será posible que se dé el cambio que queremos para el mundo, si se trabaja en el cambio del individuo.
Ocurre también en el fútbol. Y Carlos Bacca es un gran ejemplo. Cuando empezó a acomodarse el ser humano, el futbolista se acomodó solo.
Bacca fue premiado con unos dones, no solo para practicar un deporte como el fútbol, sino para ejecutar de manera acertada lo más complejo de ese deporte: convertir goles.
Desde siempre ha sido un especialista de esa misión tan abrumadora para el resto de los jugadores. El arco rival ha sido su obsesión y su víctima consuetudinaria.
Sin embargo, en Barranquilla su cuota goleadora en el Junior era tan buena como su veleidoso andar fuera de las canchas, en su vida personal.
Tal situación le generaba tantos elogios por lo primero, como reproches y señalamientos por lo segundo. Pero hubo consecuencias mayores: su sueño de atravesar el océano para jugar en Europa se vio aplazado.
No por su capacidad sino por su conducta. Quizá este suceso haya sido el detonante para que el goleador de Puerto Colombia redireccionara el rumbo y comprendiera que entre otras cosas la buena vida consiste en “corregir nuestros errores, mientras intentamos evitar repetirlos”.
Que una profesión tan edificante, reconocida y lucrativa requiere de unos hábitos sanos y de sacrificio. Que el prestigio de un futbolista se gana en la cancha pero se cuida fuera de ella. Y lo entendió. Acaba de ser galardonado como el mejor jugador de América que compite en España.
Lo recibió elegantemente vestido y su discurso fue tan conciso como su patrón de juego. Hoy sus logros tienen más valor, porque la admiración hacia él se duplicó: aplausos al futbolista y reconocimientos al ser humano.
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