Asesinos vestidos de rectores
Nadie le pegó un tiro en la cabeza. Nadie le cortó la carótida con una navaja. Nadie le echó veneno para ratas. Nadie, siquiera, lo arrojó al vacío y luego miró con fascinación cómo se le aplastaba el cráneo al caer contra el piso de un centro comercial de Bogotá. Por esa razón, ni la psicóloga, ni el profesor, ni la directora del colegio Gimnasio Castillo Campestre irán a la cárcel por homicidio, así las mismas pruebas que dejó Sergio Urrego demuestren la perversa campaña que emprendieron contra su vida.
Era un niño de 16 años perseguido por ser homosexual, de la misma manera en que se han condenado a las personas por ser negras o por ser mujeres. La persecución, además, fue liderada por las directivas de su propia escuela, que actuó implacable hasta aplastarlo. Estaba en último grado y su novio era un compañero de clases.
Fue el profesor Mauricio Ospina, según han revelado los medios, quien inició la cacería cuando decomisó un celular en el que había una foto de Sergio y su novio dándose un beso. Elevó las quejas a las directivas y la persecución pasó a manos de Psicorientación, lugar que en algunos colegios se ha convertido en el escenario donde arbitrariamente se decide sobre el bien y el mal. Desde allí, la psicóloga Ivón Cheque, junto a la coordinadora y otros profesores, pusieron contra el paredón a los chicos para que dieran explicaciones sobre la naturaleza de su relación, y les exigieron la presencia de los padres.
Quizá contaban con que los padres de Sergio participaran de la caza, pero se equivocaron. Como casi nunca ocurre, Alba y Robert respaldaron a su hijo. Sin embargo, los padres del novio de Sergio entraron en pánico y, al parecer siguiendo las instrucciones de las directivas del colegio, se lavaron las manos poniendo una denuncia por acoso sexual contra Sergio.
Para que pudiera volver a clases, la rectora le exigió un certificado de acompañamiento psicológico hasta el día de su graduación. Las presiones de la institución y la denuncia en su contra, sumieron a Sergio en la desesperanza. Sus padres resolvieron retirarlo del colegio dejando constancia del trato degradante que había recibido su hijo.
La pesadilla duró tres meses. Sergio dejó notas en las que explicaba que la razón de su muerte fue la persecución homofóbica por parte del colegio y demostraba su inocencia frente a las acusaciones de acoso sexual con copia de las conversaciones amorosas con su novio. Pidió que donaran sus órganos y se despidió. Fue al centro comercial Titán Plaza y se lanzó de la terraza.
Esta semana Alba, la madre de Sergio, interpuso una tutela en el Tribunal Superior de Cundimarca, y 600 personas asistieron a un plantón en la puerta del colegio. Sergio Urrego está muerto. A sus 16 años decidió lanzarse al vacío como un acto político de protesta. Es posible que la rectora, incluso, hubiese sentido cierta satisfacción con su muerte, pues dicen que aún después continuaba refiriendose a él como homosexual, ateo y anarquista.
Mostrar estos detalles nos hace estar seguros que no necesitamos de mártires que se quiten la vida, pero la muerte de Sergio debe servir para que pensemos en aquellos otros, muchos, que siguen sufriendo en silencio por la homofobia dentro de los colegios. Homofobia que asesina. Asesinos vestidos de rectores, de profesores, de padres, de otros chicos, de psicorientadores.
javierortizcass@yahoo.com
@JavierOrtizCass
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