Aquellas míticas Semanas Santas
Como un aletazo gris de un pájaro melancólico, llegaban los días de Semana Santa. Y eran la encarnación misma del silencio, hasta las hojas de los árboles cesaban de repente su eterno murmurar mensajes de otros mundos milenarios.
Misael Pastrana era el único que sonreía en aquellos días tristísimos, cuando los trágicos sermones de la radio anunciaban que el fin de los tiempos era inminente: uno se sentía culpable hasta de respirar.
Mamá se había separado, por fin, y éramos una feliz familia diferente en aquellos setentas quilleros, tan llenos de prejuicios como de buenas intenciones y decencia, con Jimmy Hendrix destrozando guitarras a punta de soul y heroína y Elvis La Pelvis engordando en Graceland, con toneladas de mantequilla de maní y pepas, mientras Priscila le ponía los cuernos minuciosamente, como él se los había puesto a ella miles de veces.
El arte y la poesía generan ese Efecto Doppler.
La otra noche se lo dije a un joven poeta: “Siempre tendrás el cuarto lleno de chicas y no sabrás qué hacer con tantas maletas Samsonite llenas de dólares”.
En aquellos tiempos, cuando Jesús rumbeaba con sus discípulos, con una pinta de hippie altamente sospechosa, ser hijos de padres divorciados era hasta mal visto, un estigma social, sancionado por los psicólogos, los curas, las monjas, las señoras “bien” de la cuadra y otros batracios, gajes de la Santa Madre Iglesia.
Éramos adolescentes, que es una enfermedad incurable. Por aquí mismo, entre mis lectores, vecinos y amigos de aquellos tiempos míticos, hay no pocos representantes de ella, entre los cuales me incluyo, por supuesto. La televisión, en blanco y negro, ofrecía una programación más aburrida que de costumbre en los días santos, que cada día que uno respira sobre este mundo lo es, en realidad.
Entonces, con mi hermano Danilo y con nuestra madre, angelical y dulce como ella sola, llegábamos a Teatro Metro, antes Apolo, hoy edificio espantoso, a eso de las tres de la tarde, con la esperanza de entrar a la función de las seis.
La “cola” se alargaba y se alargaba como una serpiente con pereza. Ya vendían chuzos de deliciosa carne de gato, bueno, eso decía todo el mundo, y, por increíble que parezca, el flaco de la chaza de dulces, ya era flaco, melenudo y con esa imagen de que ya vendía chocolates en el Coliseo de Roma.
No sé por qué me viene la imagen de nuestro queridísimo vecino y compañero de travesuras, El Mono Malda, alias Farra Fawcett, conocido igualmente como Rafa Jassir, que en paz descanse. Éramos adolescentes, una enfermedad incurable.
Y entonces la tarde, gritos, polvo, cielo amarillo, retumbaba por las ruedas del carro de Mesala, Stephen Boyd, a cuyos radios el auriga romano había agregado unas sierras afiladísimas, la curva se cerraba y las sierras ominosas amenazaban el carro de Juda Ben Hur, Charlton Heston.
La amistad, la ambición, el poder, el mundo…y Doña Crema, a dos cuadras, en la esquina del Hotel Majestic, donde se bajaban los jugadores brasileros del Junior, donde alguna vez estuvo Garrincha, quien ya había contraído una pasión mortal por Elza Soares. Pero hay que comprenderlo: era un adolescente, una enfermedad incurable.
diegojosemarin@hotmail.com
Más Columnas de Opinión
¿Qué hacer con las tarifas de energía en la región Caribe?
Las altas tarifas de la energía en el Caribe son un problema social. La afirmación de que mes a mes cientos de miles de familias comen o pagan la luz no es lejana de la realidad. El recibo se puede llevar la cuarta parte de los ingresos de las f
Un faro de esperanza para la juventud
En medio del vendaval de desafíos que enfrenta la juventud contemporánea, marcada por la sombra ominosa de trastornos mentales que irrumpen cada vez más temprano en sus vidas, surge la necesidad imperiosa de tenderles una mano firme, de ofrecer
Café entre Evas
“Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el camino, aguantando juntas. ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas? ¿Qué sería de las mu
Para el Descanso
La revisión de los titulares de prensa, o de cualquier otro medio de comunicación, se ha convertido en una seguidilla de sobresaltos. Quizá sea porque en estos tiempos todo se actualiza permanentemente, o porque la dependencia del clic induce l