Amor y perdón
Amor y perdón son dos intangibles que por estos días entran en vigencia, y que durante la Cuaresma –el tiempo de reflexión propuesto para la conversión espiritual que exige una resurrección en Cristo– adquieren gran importancia por cuanto ellos son pilares de la reconciliación fraterna. Los planteamientos del credo cristiano sugieren que si damos de comer una dosis permanente de tan escasos alimentos a esa fiera que todos llevamos dentro, la humanidad podría alcanzar ese estado vitalicio de justicia que llamamos paz. Sin embargo, debido a las situaciones que nos presenta el mundo actual, terminada la Cuaresma nos asalta nuevamente una pregunta blasfema, aun estando en el apogeo de estos días ceremoniales enmarcados por la promesa de resurrección e impregnados del aroma del incienso que ensalza a un Dios impoluto: ¿Y de dónde sacaremos la enorme ración de amor y perdón que reclama esa fiera comunal que alberga la sociedad, mortificada por los actos delirantes de los hombres? Evidentemente la humanidad se vincula día tras día a sucesos de carácter demencial que reflejan las oscuras circunstancias por las que atraviesa el hombre contemporáneo. Y no es preciso un despertar espiritual para ser condescendientes con la clase de locura inofensiva, tantas veces productiva, con que la sensibilidad marca a ciertos seres; pudo decirlo magistralmente Raúl Gómez Jattin, que es quizá el loco más cuerdo que hay en la historia de la literatura colombiana: “Antes de devorarle su entraña pensativa/Antes de ofenderlo de gesto y palabra/Antes de derribarlo/Valorad al loco/Su indiscutible propensión a la poesía/Su árbol que le crece por la boca/con raíces enredadas en el cielo./Él nos representa ante el mundo/con su sensibilidad dolorosa como un parto.” Sin duda hay locos de locos, y delirios de delirios. ¿Y cómo justificar el amor y el perdón que proclama la fe cristiana cuando se trata de esos locos cuyo delirio es acabar con vidas humanas? La verdad, las razones escasean; con mayor razón cuando nos toca cercanamente una tragedia propiciada por ideas fratricidas.
No habría razones para amar y perdonar a Chérif Kouachi y a su hermano Said, responsables del ataque al semanario Charlie Hebdo en el que, en nombre de Mahoma, asesinaron a doce personas en París. No las habría en el caso de Jaled Chaieb, el supuesto miliciano de Al Qaeda responsable de la muerte de 22 turistas en el Museo Nacional del Bardo, en Túnez. Tampoco tendría que haberlas tratándose de Mohammed Emwasi, el yihadista que aparentemente hizo las veces de verdugo de varios rehenes del autodenominado Estado Islámico. Difícilmente se pueda amar o perdonar a Cristopher Chávez, el ‘Desalmado’, sabiendo que exterminó a cuatro indefensos hermanitos en el Caquetá; menos aún a quienes planearon y ejecutaron la muerte de 48 campesinos –como es el caso de los falsos positivos de Córdoba–, o al alemán Andreas Lubitz, el copiloto de Germanwings sospechoso de estrellar el avión con 149 pasajeros contra los Alpes franceses. Amor y perdón. Buen trabajo el que le espera al buen Jesús cuando se le ocurra volver a darse una pasadita por este mundo demencial.
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