Agua
Me encantó un comentario que leí bajo una columna del New York Times acerca de las virtudes que llevaron a Alemania a ser Weltmeister –campeón de la Copa Mundo–. El comentario, escrito por un alemán, decía: “Nosotros no creemos en las soluciones rápidas, ni en el liderazgo audaz.”
No creemos en el liderazgo audaz: qué distinta esa idea de la creencia común de que lo que nos hace falta para solucionar nuestros problemas son grandes personalidades que nos inspiren y que nos guíen con su tino, carisma y conocimiento. La frase es completamente opuesta a ese mesianismo tan nuestro que elude la responsabilidad de cada uno en el desarrollo de la sociedad, y que revela una profunda orfandad en la cultura. Soñamos con grandes líderes porque soñamos con salidas fáciles y porque tenemos una debilidad por consignas bonitas –“paz”, “justicia social”, “equidad”, “tercera vía”– que en el fondo no quieren decir nada. Y esto tiene un aspecto perverso: el gran liderazgo se hace notar casi siempre es en los tiempos de crisis; es decir, cuando ya la hemos embarrado. En cambio, nadie celebra el heroísmo silencioso de quienes hacen lo necesario para prevenir esos desastres.
Lo digo en esta ocasión a propósito de la calamitosa sequía que tiene sin agua a Santa Marta, que va a devastar la economía agrícola y ganadera del norte de Colombia –arruinando aún más a un campo ya arruinado– y que en La Guajira está matando niños de sed y de hambre, como si esto fuera el Sudán del Sur. Si alguno de nuestros líderes de los últimos 10 ó 20 años se hubiera preocupado por ampliar la capacidad de los acueductos; o hubiera promovido la creación de distritos de riego en sus regiones (tengo entendido que el gobierno de Israel nos ofreció sus asesores en ese tema, en el que ellos son el Weltmeister, pero aquí a nadie le interesó aprovecharlos); o si alguno de ellos, o algún ministro del orden nacional, se hubiera tomado en serio las advertencias que desde hace años se vienen haciendo sobre el cambio climático, hubiéramos podido sortear este 2014 que, no les quepa ninguna duda, será recordado como un año catastrófico.
Pero nuestros incentivos políticos, desafortunadamente, no apuntan en esa dirección. Al administrador juicioso que se hubiera preocupado por esas cosas nadie lo recordaría hoy, pues no habría tenido la oportunidad de lucirse tomando decisiones audaces (o peor, lo habrían metido preso, como al exdirector del IDU de Bogotá, Andrés Camargo). El mantenimiento y la prevención son las grandes tareas infravaloradas de la gestión pública, pues nadie se toma una foto ejecutando los correctivos discretos que evitan una tragedia, pero sí se la toman haciendo grandes anuncios y cortando cintas inaugurales, aunque sea de elefantes blancos o de obras sin terminar. Cuando ya tenemos la calamidad encima entonces, ahí sí, sale el líder audaz. Sale a tomarse la foto, y a reclamar honores y aplausos, proponiendo tardíos planes de choque para aliviar un sufrimiento que bien hubiera podido evitarse si tan solo nuestro sistema recompensara más al funcionario serio y menos al politiquero figurón.
@tways / ca@thierryw.net Agua Rn
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