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EL PRIMER AMOR DE IGNACIO

Muchos años después frente el altar de una Iglesia  Ignacio habría de recordar el día en que conoció, sintió y hasta lloró por su primer amor…

En ese entonces contaba Ignacio con quince años de edad y de su amada ciudad, partió de vacaciones a casa de unos primos paternos, a una finca cómoda y agradable situada en las estribaciones de la Sierra nevada de Santa Marta, por los lados del departamento del Cesar, la Hacienda la llamaban “Mis primeros Amores”, en alusión a que en ese sitio, antes de ser suya, el Tío de Ignacio conoció a su primera novia y única esposa.

La recepción fue fantástica para el primo Capitalino, proveniente de la Metropli, y aunque ya era un adolescente  sociable, mamador de gallo, explosivo, excéntrico y comunicativo, aún conservaba virgen su entrega horizontal a cualquier amor del sexo opuesto. En español conservaba virgen su surco balanoprepucial; el “man” aún era “señorito”, era un “virguito en plena flor”.

Jamás pensó Ignacio  que en esa agradable y macondiana Finca iba a encontrar su primer amor, con todos los juguetes y con la pasión ardiente de cualquier amor en los tiempos del deseo y del despertar al ciclo gonadal de la pubertad, superando inclusive  a los de Florentino Ariza con Fermina Daza, con cólera y todo.

Hoy no sabe porque extraño “recorderis” de su acelerada mente, fruto de su situación u estado civil que pronto pasaría de soltero a casado y precisamente cuando el Sacerdote de la Iglesia , le preguntaba:
---- Por segunda vez le pregunto Señor Ignacio, ¿Acepta por esposa a María Margarita?
La pregunta lo trajo directamente de la Finca del Cesar a la realidad de su matrimonio, lo dejó lelo y pensativo, con un esfuerzo sobrehumano por desprenderse de la Hacienda Cesarense que le marcó su vida androgénica iniciática para siempre…
---- Claro que sí Padre, por supuesto que si la acepto, aquí ante Dios lo juro y levantó su mano derecha en posición de juramento y la izquierda la colocó en el pecho reforzando el acto, que aunque no estaba en el libreto, surgió espontáneamente como refuerzo a su vuelta a la realidad, era un acto reflejo compensativo subconsciente y efectivo.

Después de esto su mente volvió a la Finca y se instaló en el momento de su llegada; fue recibido con honores y protocolos de una “chorrera” de primos de su edad, con las hormonas masculinas alborotadas y con todo un Mundo por descubrir y cambiar, a eso lo llamamos revolución, cambio, independencia juvenil y alguno de esos sabios pensadores alguna vez dijo: “No hay joven que no sea revolucionario, ni viejo que no sea conservador” ( Creo que fue Marco Tulio Cicerón, pensaba Ignacio, en voz alta) La audiencia del templo, pensaba que estaba rezando fervientemente.

Pero Ignacio continuaba viviendo sus recuerdos y después de conocer toda la Finca, bañarse en el rio Cesar que pasaba por las fértiles tierras y luego sumergirse en la enorme pileta de agua contenida (piscina), pasaron a cenar, quedando todos satisfechos por lo productivo del día. Antes de acostarse uno de sus primos, de pelo iluminado con un amarillo reluciente, de igual actitud que él, le dijo:
---- Primo, duerma bastante que mañana es otro día y lo vamos a llevar a un sitio, donde se va a sentir muy bien, tan bien, que no lo olvidará nunca…
A la mañana siguiente fueron despertados por el fuerte canto de un enorme gallo basto, que desde el copito del árbol central de Mango de Chancleta, resonaba su trompeta garganta, diciendo: “Kokoroyo… Kokoroyo… Kokoroyo”…
Los Ocho (8) muchachos de edades contemporáneas, se levantaron, se dieron su concebido baño con agua fría reconfortante, que los terminó de despertar… posteriormente desayunaron con leche recién ordeñada, calientica, de la ubre a la taza, acompañada de queso, carne de res frita, bollo de mazorca, guineo en mote y “calentao” con Zaragozas rojas y arroz blanco del día anterior.

Después de suculento desayuno, se fueron al rio y el monito de la invitación, le recordó a Ignacio nuevamente:
---- Primo ahora vamos para el sitio que le prometimos, es una sorpresa y para usted es como iniciarse en este acto que todos nosotros (los siete muchachos restante) ya hemos disfrutado muchas veces.

Efectivamente llegaron al sitio donde se encontraban ocho (8) pollinas bien elegantes y nutridas, amarradas sus patas traseras con lazos de cabuya, unos banquitos de madera colocadas en la parte posterior de las  jumentas y en la parte anterior de cada una de ellas, recipientes con abundante mazorca de maíz, para que las “damiselas equinas” se alimentaran…

Ignacio a pesar de ser un muchacho despierto y vivo, no entendía el cuadro hípico pintado naturalmente ante sus propios ojos, ni siquiera sospechaba de su protagonismo acechante. Se quedó mirando la escena y antes que se atreviera a preguntar algo, el mismo primito pelo de arropilla, el de la invitación, le dijo:
---- Primo ¿Usted alguna vez en su vida ha mamado burra?
---- Mamado… ¿Cómo así primo, que quiere decirme? Respondió Ignacio más asustado que sorprendido ante todo lo acontecido en esos últimos momentos.
---- Nojoda primo, ¿Que si usted le ha metido la “cotopla”  a una burra, alguna vez en su vida? ¿Ya me entiende viejo man?
---- Yo nunca primito, ni pienso hacerlo, esa vaina con burras no me gusta, para eso están las “jevas”, respondió Ignacio, aun mas aturdido…
---- Mire primo, la demora es que empiece y verá lo fácil y agradable que es, esto lo lleva al otro mundo, concluyó el mismo primo pelo amarillo.

Efectivamente así fue una vez que Ignacio se colocó en turno al bate, el proceso no necesito de ningún manual, todo fluyó espontáneamente como la ardiente pasión y energía de los años juveniles, donde la descarga energética es incontrolable e inagotable.

Ignacio solo sintió que una fuente de energía le recorrió todo su cuerpo y lo electrocutó en un movimiento sublime que le recorrió todo el cuerpo en una aceleración constante, lo sacó de la estratosfera y lo llevó al espacio sideral sin necesidad de nave espacial, pues él era en si la misma nave.

Fue y volvió en una espiral de emociones y sentimientos desbordados que le traspasaron el alma y como golpe final por primera vez en su vida un líquido interno lo hizo explotar en mil pedazos de felicidad, sintiendo que por su órgano viril vomitaba toda esa energía contenida en sus “arrechocitos” de adolescente  recién estrenados.

En ese momento sintió la exquisitez de su primer amor, que aunque no provenía de una “jeva”, para el efecto era igual, porque lo había hecho sentir como todo un hombre, recién iniciado en las labores sexuales; el man había perdido el virgo con una bien despachada burra, que le dio la paz al desborde interior que represaba.

Por eso cuando el Padre le preguntó en su casamiento, lo que ya sabemos que le preguntó, su respuesta fue instintiva, porque aunque le diera pena reconocerlo en público, esa experiencia con su primer amor, le cambió la vida, lo hizo sentir varón y lo preparó para futuras lides.

Entonces su inconsciente lo reprendía y lo ubicaba, recordándole lo sublime del acto matrimonial y lo satisfactorio que es compartir con nuestra propia carne, convirtiéndonos en una sola, hasta que la muerte nos separe.

A pesar de todos los años acaecidos desde esa visita de joven a la Finca del Cesar, Ignacio luce la tranquilidad de un costeño que cumplió con todos los deberes caribeños, aunque por ello algunos cachacos nos llamen Mama burra.

Para Ignacio y para muchos contemporáneos de nuestra Costa Caribe, siempre queda el recuerdo iniciático de ese primer amor…


 

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