EL MACHUCÓN DE UN BICITAXI
Manejar en Aldea grande se ha convertido en todo un problema, porque ante la falta de empleo y con la facilidad que dan los almacenes de Motocicletas, cualquiera de la noche a la mañana se convierte en un mototaxista , sin tener idea de una norma de tránsito. Y las ciudades de Colombia llenas de Motos, sin control alguno…
Ahora que decir de los atrevidos Bicitaxistas que con su imprudencia exponen la vida de los arriesgados pasajeros que osan ocupar sus inestables vehículos. Hay tantos como habitantes tiene la región, pero la culpa es del desempleo mismo, cada quien busca la forma de subsistir y esta es una de ellas.
A veces uno no sabe si llorar o reír, finalmente terminamos riéndonos de las curiosas anécdotas que hemos padecido todos los aldeagrandistas en cualquier momento de afán y de transito por nuestras destapadas y maltratadas calles.
Hace pocos días mi cuñado Ezequiel fue protagonista de unos de estos “films” que a diario se editan en los pedazos de calles de nuestro olvidado terruño.
Esa mañana Ezequiel se levantó temprano, cosa que es poco usual en él y decidió sacar su moto y con bermuda de moda, chanclas de estilo, se montó en su regordete vehículo de dos llantas, donde el pasajero parece ir en un segundo piso, por el estilo aerodinámico e incómodo de esos aparatos de locomoción rápida.
Después de recorrer la Plaza Central y saludar a los mismos personajes de siempre que ocupan las bancas del preciado sitio, hojear las noticias de los ejemplares de periódicos expuestos por su vendedor e ingerir un tinto caliente para comenzar alegre el día, se dispuso llegar hasta la frutera para comprar unos fritos (incluidas las deliciosas arepas con huevo) y llevárselos a su familia, sobre todo en esta época de vacaciones.
Tomó la calle Diez (10) y al pasar por la Universidad y el Banco de sus ancestros Álvarez Correa (Hoy Banco que lleva el nombre de la Capital del país) una trasnochada voz, con aroma a aguardiente, lo interrumpió diciéndole:
---- Oye turquito necesito una botella de guaro, pero me faltan tres barritas, ¿será que tú me das una orden para que me la den en tu estanco?
Por supuesto que Ezequiel ni atendió el llamado, de una fuerte acelerada fue a dar al antiguo colegio de la Presentación, mientras que en vía contraria venían dos bicitaxistas correteando una posible carrera, afortunadamente Ezequiel fue más veloz y logró eludir a tiempo la imprudencia de los dos conductores, evitando un seguro accidente.
---- Caramba que imprudencia, refutó Ezequiel tan rápido como pudo, pero los señores bicitaxistas ni cuenta se dieron y se apearon simultáneamente de sus triciclos, cogiendo a la futura pasajera, uno por cada brazo.
La señora como pudo se soltó y con disgustada voz les dijo:
---- No mijitos, ni de fundas que yo me monte en estos chócoros y peor con lo imprudentes que son, hace un momento casi hacen estrellar al señor de la moto y ni por aludidos se dieron, no señor, no me voy con ninguno de los dos…
Para ese entonces Ezequiel se movilizaba por el Cementerio de los Ricos (en Aldea grande hasta la muerte discrimina) y al llegar a la esquina de la venta de flores observa un bicitaxi con la llanta delantera totalmente destrozada y a su conductor discutiendo con un caballero de un vehículo particular azul.
Ezequiel se acerca al tumulto de gente que se aproximaba más al sitio del accidente y una señora le explicó lo que pasaba:
---- Sucede joven que el bicitaxi se le atravesó al vehículo azul, imprudentemente, menos mal que el señor del carro iba despacito, sino hubiera hasta un muerto. Lo que pasa es que estos señores que conducen las bicicletas esas son muy imprudentes y quieren pasar por encima de todos…
Ezequiel continuó su marcha, atravesó la Avenida Orlando Dangond Noguera, en honor a un ex alcalde de esta localidad, que hizo muchas obras, por lo que se le reconocieron sus créditos en vida (como debe ser), con el nombre de esta avenida.
Seguidamente abordó la Avenida San Cristóbal, misma que conduce al Hospital de igual nombre, en sentido sur norte; él tomó el sentido contrario norte sur, para buscar la carretera negra y así llegar a la frutera.
Cuando llegó a la Calle 17 con la Avenida por donde iba, a la altura del semáforo tuvo que detener su moto, obligatoriamente, porque el mismo estaba en color rojo.
Estiró sus piernas hasta el pavimento, para sostener el vehiculó durante la espera de cambio de luz, cuando sintió en su pierna derecha que algo pesado le aplastaba su chancleta y por consiguiente su pie del mismo lado.
Era un bicitaxista delgaducho que frenó para esperar también el cambio de luz de roja a verde, pero irrumpió tanto hacia su izquierda que pisó con su llanta al pie de Ezequiel.
Este al sentirse agredido y con el inmenso dolor que producía la llanta sobre su delicado pie, sumado a esto la pesada carga que llevaba el bicitaxi: dos “repuesticos” representantes de Botero que plácidamente reposaban sus más de cuatrocientos kilos de gordura sobre el medio de transporte y por extensión sobre las llanta y éstas a su vez sobre el adolorido pie derecho de Ezequiel.
Los latidos intensos del pie no se hicieron esperar, producto del estancamiento del flujo sanguíneo en el dedo cachón, índice y del medio del atropellado pie derecho de Ezequiel de Jesus.
Ante tanta impotencia y con un semáforo en rojo, que de pocos minutos de duración en ese color, a Ezequiel le parecieron horas, le recriminó al flacuchento que no podía mover un centímetro siquiera su pesada carga.
---- Nojoda “pelao” mueve esa vaina, no ves que me estás machucando el dedo, pilas que me está doliendo, arranca, arranca…
Desde el bicitaxi los dos gordiflones disfrutaban del acto y afianzaban más sus posaderas para que el flaco conductor no pudiera superar el escollo del pie de mi cuñado.
Antes por el contrario soltaron sendas carcajadas, rematadas por el estribillo:
---- ¿Le duele señor?, si nosotros no pesamos nada, ja, ja ,ja, ja, ja…
El semáforo cambió y los pitos de los carros que venían atrás no se hicieron esperar, se armó tremendo trancón y aún el hinchado pie de Ezequiel continuaba debajo de la rueda del bicitaxi. “Muévanse, muévanse, carajo, gritaban los conductores de la ya larga fila de automóviles que esperaban el cambio de luz”.
Ante tanta presión y con la descarga de adrenalina al máximo, Ezequiel logra sacar su fina chancleta de cuero Jon Sonen, dejando un pedazo de ella en la rueda del bicitaxi.
Fue tanta la fuerza que hizo Ezequiel que el bicitaxi se ladeó al punto contrario con toda y su pesada carga, quedando los gordos pasajeros debajo del armatoste de hierro y plástico.
Entonces Ezequiel volteó y arrancando su moto (con todo y dolor del pie a cuestas) les dijo:
---- Oigan gordos burlones, y ¿cómo les quedó el ojo?, ahora el que ríe soy yo y de último, río mejor: ja, ja, ja, ja
Al llegar a su casa, guardó la moto, aprovechando la soledad dio rienda suelta a su queja reprimida, escapando unas perlas de llanto de sus desorbitados ojos:
---- ¡Ay mi madre que dolor tan grande!, miró hacia su pie derecho y observó al dedo gordo totalmente hinchado , congestionado casi morado y parecía que tenía dos corazones, porque sentía fuertes latidos en el pecho y en el dedo gordo del pie derecho.
En esos momentos bajaba su señora y acudió preocupada hacia donde él estaba:
---- Mi amor es el colmo como dejaste la chancleta de Jon Sonen que te regalé, te he dicho que son muy finas para manejar con ellas…
Cuando miró al pie y a la cara de llanto de su marido, comprendió que la había embarrado.
Corrió hacia él, lo abrazó y consintió con ganas.
Y es que Ezequiel no soportaría un machucón más…