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EL DESEO DE VOLAR

Enrique Ariza Guardiola era un niño de tan solo cinco (5) años, él vivía en Aldea Grande desde los dos (2) añitos, cuando sus padres se vinieron de  La Sierra Encantada de Santa Marta buscando una mejor calidad de vida para él. Su aspecto era sumiso, con una sonrisa eterna y unos ojos expresivos en su carita de ángel de pueblo olvidado; su padre al igual que sus tíos se dedicaban a la elaboración de cometas voladoras multiformes y multicolores, las cuales vendían en todos los pueblos en épocas de brisas, era una industria casera muy conocida en la región Caribe: “Hermanos Ariza te diseñamos la mejor cometa, vuela sin brisa”.


Enrique era un niño muy imaginativo, concentrado y meditabundo,  a veces parecía que vivía en su propio mundo porque no charlaba con sus camaradas, pero él se sentía muy bien así, ensimismado con el mismo, sin testigos ni diálogos, solo monólogos voladores.


Casi todas  las tardes después de terminar con sus tareas escolares se iba a la playa y se sentaba en la arena para contemplar a las aves, sobre todo a los alcatraces que volaban cerca a la superficie marina  ejecutando figuras, para después pescar abundantes sardinas en los cardúmenes que sobresalían del Océano Atlántico, inescapables para el canasto de pico de todos los pelicanos. Le “hipnotizaba” el alma ver todas las maniobras que ellas hacían y no se cansaba de verlas.  Él pensaba que el ser ave era lo mejor que le hubiera podido pasar, pero como era un individuo solo tendría que conformarse con verlas hacer lo que el tanto añoraba en su corta vida que era: volar, así de “sencillo” para un humano soñador como él, volar y volar…


Un día llego su abuelo con un regalo; el niño estaba muy emocionado, pero cuando lo vio, se alteró un poco porque se trataba de una cámara fotográfica. ¿Para qué carajos le servía  tener una cámara? Él hubiera preferido unas alas bien tupidas para volar.


El abuelo, adivinando sus pensamientos, le explicó que ese aparato le serviría para que quedaran plasmadas en ella todas las imágenes de las aves, que cada determinado tiempo irían a la capital de la provincial Aldea Grande, para poder revelarlas y que así las conservaría para siempre en un álbum, lo que le permitiría verlas cada vez que quisiera volar con su imaginación…
Entonces… Quique se emocionó mucho y salió corriendo hacia la playa, empezó a tomar fotos de cada movimiento que hacían las aves, todos estos le parecía interesante, lo que acrecentaba su deseo de volar. Pero... los hombres no pueden volar. Esa frase se repetía siempre con un gran pesar en su joven cerebro en pleno proceso de búsqueda de ideales..


Las aves le encantaban desde que nació, es más siempre se sintió una de ellas, aprendió tanto que todas sus lecturas eran dedicadas al conocimiento de ellas, en todas sus especies, géneros y demás clasificaciones otorgadas por la zoología plumífera…


Sí, es verdad, en la escuela no ponía atención; se la llevaba viendo el cielo por la ventana del salón  y desde ahí contemplaba a las aves que pasaban en busca de comida y volaba con ellas en un vuelo imaginario que lo sacaba de Aldea Grande y lo colocaba muchos metros por encima de las casas, que desde arriba las miraba como hormigas, muy pequeñas.  No hacia la tarea por irse temprano ya sea para tomar fotos de las aves o para ponerse a dibujar sus vuelos a la orilla del agradable mar.


Un  día su  papá sintió curiosidad sobre porque Quique reparaba tanto las aves,  así que le pregunto: ---- ¿Ya terminaste tu tarea hijo? a lo que solo contestó  con un monosílabo muy costeño: ¡aja!   El padre insistió: ¿aja es un sí?,  haber muéstramela entonces. Afortunadamente se acordó de un trabajo que había hecho en la escuela y se lo mostró. El padre convencido de que su hijo había trabajado le dijo: ven, te tengo una sorpresa.
Salieron a la playa con una gran bolsa negra de polietileno, el niño estaba intrigado por la actitud de su padre. Don Mauricio, como se llamaba este le pregunto: ---- ¿Sabes qué es esto? ¿Te lo imaginas?, pero Enrique no tenía ni la más mínima idea. Cuando el padre sacó de la bolsa una cometa gigante  blanca en forma de gaviota, ganadora de premios en la reciente Feria de Cometas de Pueblo Escondido, le dijo: ---- ¡Vamos a volarla hijo mío!  El niño solo abrió sus ojos de corozo en forma tal que parecían desprenderse de su joven rostro, como si sufriera de hipertiroidismo.
Padre e hijo pasaron toda la tarde juntos, el padre estaba feliz al ver la cara de su hijo que reflejaba una gran placidez y eso lo llenaba más que un día favorable de ventas de cometas voladoras en cualquier punto de la región… Por su parte Enrique lucia más contento que niño en Navidad estrenando juguete…


Al vestirse la tarde de negro, después que el Astro Rey se “Ahogara” en lo profundo del Mar Caribe, Quique en su cama listo para entregarse a Morfeo, se sintió mal porque le mintió a su padre, no podía ni verlo a la cara,  por eso no pudo lograr que Morfeo lo atendiera  bien. En consecuencia cuando llegó a la escuela se notaba insomne, cansado, ojeroso, por ello la maestra, la Seño María Escalante  se le acercó y le dijo: ---- Enrique ¿trajiste la tarea? El niño solo agacho la cabeza, en gesto de arrepentimiento.    A lo que la maestra respondió: --- Entonces tendré que llamar a tus padres para contarles de tu falta de compromiso con tus tareas escolares.


Cuando los padres examinaron el recado de la Seño María se sintieron tristes, no concebían que estaban haciendo mal, ya que  siempre se mostraron amorosos con él. Esa tarde no fue a la playa, por imposición de sus progenitores; solo miraba la pared de su pequeña habitación de cañas guaduas y barro cocido con techo de fresca palma, que estaba forrada, literalmente, de todas las fotografías que había tomado y que su abuelo le revelaba cada mes en la Capital de la Región, que según una canción: tenía tren pero no tranvía... 
Entonces fue cuando se preguntó: ¿Por qué no puedo dejar de pensar en las aves? ¿Por qué mi deseo de volar es más grande e importante que todo?  Agarró una  hoja de papel en blanco y trató de escribir en ella, por qué le gustaría volar…


Consignó en ella muchas razones de peso, pero ninguna con la claridad y ganas que sentía su corazón por poder volar como las aves en el cielo azul…
Se quedó pensando en sus respuestas escritas y llegó a la conclusión que le gustaría volar porque deseaba sentir ese aire de libertad, como el de Juan Salvador Gaviotas, con ese liderazgo que lo hacía único en su especie.
Muy temprano llegaron los padres de Quique a la Escuela de Aldea Grande, la maestra los saludó algo seria. Los pasó a la Rectoría y les dijo  lo mal que iba su hijo en la escuela. Los padres sabían perfectamente que lo que ella comentaba era verdad y prometieron poner más atención en las tareas del niño y meterle una limpia si volvía a fallar...
Quique estaba muy triste porque todas las tardes tenía que estar encerrado en su casa estudiando todas las asignaturas, ya no podía salir con las aves, ni contemplar sus lindos vuelos y figuras aérobicas cual revista aerodinámica.


Pero un día… cuando iba camino  a la escuela escuchó un ruido muy fuerte y asustado volteo al cielo. Era algo grande, que volaba pero... no era un ave, tampoco el chapulín colorado ni mucho menos Superman. Asustado corrió rumbo a la escuela, la maestra al verlo le pregunto: ---- ¿Qué te pasa muchacho? ¿Por qué vienes tan asustado, como Alma que se la lleva el diablo?  Entonces le explico lo que acababa de ver. La maestra no pudo evitar que una descarga sonora de carcajadas fueran disparadas en ráfagas de su docente garganta, porque le causó gracia y dijo: ---- Mira Quique, lo que acabas de ver no es otra cosa que un avión. Si quieres llamarlo así: es una enorme ave que construyeron los hombres para poder transportarse a diferentes lugares. ---- ¿Y qué hago para poder viajar en el?, le pregunto a su maestra.
María respondió: ¡uf! Para eso se necesita mucho dinero. Entonces el niño agachó su cara con profunda tristeza y añadió: ---- ¿Por qué sólo los ricos pueden volar?, la levantó de inmediato y dijo: ---- Las aves no tienen clases sociales, todas ellas pueden volar y gratis.


La maestra quería mucho al niño a pesar de que no fuera un excelente alumno, por eso compró un par de canarios “flautas” y se los regaló. El niño contentó tanto que  los cuidaba con entusiasmo pero después llego a la conclusión de que no tenían por qué estar enjaulados porque ellos habían nacido para ser libres, habían nacido para volar y los dejó escapar, en un gesto de Libertad interior.
Así pasaron los días, meses y años, con su gran amor por las aves hasta que se hizo joven. Empezó a trabajar con su padre en la empresa familiar de las cometas voladoras, le empezaron a interesar las muchachas y estudiaba un poco más. Su abuelo que aún vivía había reunido suficiente dinero (cosa que nadie sabía) para darle un regalo a su nieto cuando cumpliera 18 años y faltaban solo dos días, así que le dijo: ---- Enrique, empaca tu maleta porque nos vamos de viaje, sin darle más explicaciones.


Como Enrique quería mucho a su abuelo y respetaba cada decisión que él tomara, no le pregunto nada e hizo su maleta.
Salieron temprano de Aldea Grande rumbo a Santa Fé, fueron más o menos 5 o 6 horas de camino en lomo de burro, ya casi llegando el abuelo le pregunta: Quique, ---- ¿Aun te gustaría volar? ¿Qué tanto harías por lograrlo? A lo que respondió: ---- Abuelo, haría lo que fuera por volar…


Bajaron del burro y lo dejaron en el centro de cuidado de estos animales  y al lado del sitio se encontraba una recién inaugurada estación de taxis, tomaron uno de ellos de plumaje amarillo como el canario que alguna vez le regaló la Seño María Escalante; el abuelo le dio un papel al chofer y este lo leyó. En él estaba anotada la dirección. Llegaron al Aeropuerto de Santa Marta y abordaron un pájaro gigante como el que lo había asustado alguna vez camino a la escuela.


Posteriormente y desbordando emoción por todos sus poros, llegaron o aterrizaron mejor en la Capital del País en la fría Santa Fe; allí tomaron otro vehículo amarillo que los llevó a un sitio determinado que el Abuelo indicó al taxista a través de un papel.


Cuando iban a llegar el abuelo le tapó los ojos a su nieto, bajaron del taxi, lo tomó del brazo y le dijo: ---- Ahora si Enrique, destápate los ojos y lee lo que dice este letrero. El muchacho se los destapó y leyó: Escuela de Aviación de Santa Fe, donde tu espíritu volará junto a tus ganas...


No entendía o no se explicaba que estaban haciendo ahí y al ver la cara de desconcierto del nieto el abuelo expresó: ---- Por muchos años he visto el gran amor que tienes por volar, que ese es tu más grande anhelo. Enrique, te quiero demasiado que daría  todo por hacerte feliz, por eso he pagado tus estudios en esta escuela de aviación. Ahora tu sueño se hará realidad, podrás volar por siempre.


El nieto estaba más que contento pero comento: ---- Abuelo, pero esta escuela es muy cara y nosotros no tenemos dinero. A lo que el anciano sabiamente respondió: hijo, nunca digas: no puedo, no te eches de menos, todos podemos hacer nuestros sueños realidad, todos podemos de una u otra forma: volar. Toma hijo, (le entrega los papeles para que inicie sus estudios) aquí te entrego tus alas, ahora sí: ¡Ponte a volar!

Enrique toma los papeles, entra al salón de clases y escucha como están pasando lista; toma asiento cuando de pronto escucha su nombre: Enrique de los Santos Ariza Guardiola.
Ahora si estaba seguro que iniciaba su viaje al cielo, ahora sí podría volar…

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