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Las leyes, como las mujeres, se hicieron para violarlas

En menos de dos años, dos figuras públicas ligadas a la política dijeron la desmoralizadora frase. Todos nos indignamos, pero, ¿qué tanto dice la persistencia del refrán sobre nuestro propio sexismo?

En 2012, José Manuel Castelao, en ese entonces presidente de los españoles en el exterior, dijo en una reunión en Santiago de Compostela que las leyes, como las mujeres, se hicieron para violarlas. El hecho se hizo público; Castelao renunció pero aclaró que su dimisión no estaba relacionada con que la expresión se haya difundido en los medios.

Esta vez, Alejandro García Ruíz, ex diputado mexicano, pronunció la frase mientras conducía ‘La Chorcha’, su programa radial. Es muy probable que tanto Castelao, como García Ruíz, tengan excelentes o buenas relaciones con las mujeres que los rodean y que conscientemente estén de acuerdo con que las mujeres deberían tener los mismos derechos que los hombres. También es probable que suceda todo lo contrario. Lo curioso es que la rapidez con la que usaron la frase y la inconsciencia total de todos los terribles significados que tiene la misma, son un ejemplo perfecto de nuestro machismo (¿sexismo?) implícito, que desapercibido se cuela por todas las rendijas de nuestra cotidianidad y no nos deja progresar adecuadamente.

El machismo (sexismo) implícito, como lo explica el adjetivo, está incluido en todo sin ser expresado. Está presente cada vez que una mujer camina por la calle y es acosada por veinte hombres en una cuadra, está presente en los titulares de las noticias que, al referirse a las mujeres, sin importar sus logros, hablan sobre sus atributos físicos o la falta de ellos, está presente cuando antes de tener conciencia de si son hombres o mujeres se les viste de rosado o de azul a las niñas y a los niños.

Está presente en la mayoría de nuestros diálogos, cuando juzgamos constantemente a las mujeres por las cosas que quieren o no hacer con sus genitales, cuando las culpamos de las violaciones que les ocurren o cuando usamos expresiones como “tiene más huevas que” para definir el carácter de una política colombiana como Claudia López. Claudia López no tiene huevas, es una mujer y es momento de empezar a hablar sobre ella de otra manera. También está presente cuando les decimos a los hombres que no pueden llorar, ni sentir. Allí está más presente que nunca. Son infinitos los casos.

Hace pocos días, la actriz inglesa Emma Watson pronunció un discurso sobre la igualdad de género en las instalaciones de la Naciones Unidas, como parte de su trabajo como Embajadora de la Buena Voluntad y en el marco de la campaña He for She, una de las tantas iniciativas que la ONU ha creado para tratar de propagar el mensaje de la importancia de la equidad como elemento esencial para el desarrollo. Y no es un invento de ellos, es simplemente sentido común.

En su pronunciamiento, Watson decía que “el feminismo se había convertido en una palabra impopular, las mujeres están decidiendo no identificarse como feministas…por qué la palabra se ha convertido en algo tan incómodo”. Si bien esto no es algo nuevo, si es muy cierto. Solo basta ver el movimiento anti feminista que hasta hace poco fue tendencia en internet o, para mayor tristeza, las cifras sobre pobreza mundial o el hecho de que exista un término para referirse a la relación entre las mujeres y la pobreza: la feminización de la pobreza.

En 2012, mismo año en que Castelao invitó a violar a las mujeres como a las leyes, alrededor del 60 por ciento de las personas padeciendo hambre crónica eran mujeres y niñas; dos tercios de las 796 millones de personas analfabetas del mundo eran mujeres y la brecha salarial entre hombres y mujeres persistía en la mayoría de los países del mundo. Finalmente, las cifras son solo cifras y las frases son solo frases.

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