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Con la soga al cuello

Vivir el día a día sin ningún plan concreto para el futuro, tener una señora que le hacía aseo al apartamento cuando el moho del baño ha tapado el 95% del sifón de la ducha, lanzar eructos que hacían vibrar las ventanas y, sobre todo, dormir atravesado en la cama, son algunas de las costumbres más importantes que acepté abandonar desde que le pedí a mi novia que se fuera a vivir conmigo.

No fue una decisión apresurada. Releí muchas veces uno de mis primeros artículos, analicé la situación de mis amigos casados o que viven en concubinato e, incluso, tuve en cuenta los fallidos matrimonios de mis papás y los de ella. Al final, actúe como en las películas de miedo donde hay un grupo de adolescentes pasando el fin de semana en una cabaña donde todos los años ocurren sucesos extraños: escuchan un ruido y, a pesar de todas las advertencias, salen a investigar al bosque en medio de la noche.

Lo hice por pura convicción, como debería ser con cualquier otra cosa que uno haga en la vida. Demasiadas personas buscan formalizar su relación porque a sus “largos” veinticinco años sienten que se les fue la vida y no han hecho nada. Otras son tan inseguras que harían lo que fuera con tal de amarrar a su pareja. Y la mayoría, no ven la hora de realizar ese “sueño” latinoamericano de casarse, tener hijos, comprar una casa, comprar un carro, tener hijos y morirse.

Lo hice porque estoy con una persona con la que me siento feliz, cómodo, con la que comparto metas y con la que siento que puedo lograr muchas cosas. Creo que todo eso constituye el verdadero amor. Para quitarle el sabor cursi a esa última frase, tengo que agregar que el sexo continuo también es parte esencial.

¿Por qué, entonces, decidí ir al bosque? Porque a pesar de que las estadísticas están en nuestra contra, que no hay nada más aburrido que irse a dormir en la misma cama con alguien con quien acabas de pelear y, sobre todo, aunque voy a extrañar imaginarme figuras en el moho de la ducha, como los niños lo hacen con las nubes, le doy más peso a lo positivo. Como en todo, se pierde en unas cosas, pero se gana en otras.

Por ahora, en casi tres meses de vivir en pecado, lo único que tengo claro es que no es nada fácil en lo que me metí. Las comedias románticas de Hollywood sólo nos muestran hasta el beso final en el aeropuerto cuando él, con un par de frases estúpidas, la convence de estar juntos mientras el resto de pasajeros aplauden emocionados. Nadie nos dijo que de ahí en adelante viene un esfuerzo y dedicación diaria. Sólo espero adquirir la habilidad de ese adolescente debilucho y en el que nadie cree pero que logra esquivar al asesino y regresar sano y salvo a su casa.

Les iré contando.

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