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RECORDANDO A OMAR ANTONIO

"Muchos años después, frente al batallón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una casa de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos” GGM Cien años de soledad.

Aun siento el gélido hielo de la madrugada, rumbo a la estación  de Aldea Grande, en espera  del tren madrugador que nos llevaría a Cataca, en donde disfrutaríamos de unas inolvidables vacaciones. Siento ese olor a madrugada que me baja por el esófago y me causa una sensación de vacío, como si el estómago y el intestino delgado se  revelaran por sacarlos repentinamente de sus sueños digestivos.

Eran tiempos distantes que solo el placer de la memoria puede devolverlos al ahora y en ese álbum de recuerdos agradables veo la imagen de mi primo Omar Antonio, todavía lo recuerdo con su delgadas hebras de cabello, que la brisa de la aurora jugueteaba, dejando más al descubierto sus enormes ojos negros y las perlas dentarias expuestas, como culto a la sonrisa permanente.

Siempre peleábamos las ventanillas, desde donde contemplábamos el paisaje naciente exterior y adentro, a los vendedores de buñuelos de frijol cabecita negra, empanadas de carne y arepas de anís en grano, que iban ofreciendo por el pasillo central del ferrocarril, también recuerdo  al regordete recolector de tiquetes con su traje azul oscuro, con quepis elegante, como guardián de Prisión Americana, que además anunciaba, la parada próxima, lo que a Omar Antonio y a mí nos parecía motivo de risa y no dejábamos de escapar sonoras carcajadas:

---- Próxima parada Guamachito, pasajeros que se queden allí, favor permanecer sentados hasta cuando el tren pare. En nombre de la tripulación del Tren de Lujo le deseamos pronto regreso.

Quiero comentarles, queridos lectores, que esas risotadas, tenían un “premio” corrector, un fuerte pellizco de la tía Ramo, quien era la que imponía la vigilancia en los paseos…

Eran tres las paradas obligadas, para recoger más pasajeros, la primera era en el Prado de Sevilla, donde se veían unas enormes construcciones elegantes, hasta con un dispensario médico gigante, para los trabajadores de las fincas de banano.

Posteriormente el gigante de hierro con pito agudo que anunciaba su llegada,  se detenía en Guamachito, donde se observaban estudiantes del Colegio Montessori de Aracataca, que tomaban el tren a esa hora, era un grupo de más de veinte muchachitos, con profesoras acompañantes. No sé por qué seguían en clases porque Omar y yo, ya estábamos de vacaciones, claro que él estudiaba en los Salesianos de Aldea grande y yo en el Colón de Barranquilla.

Finalmente (para nosotros) en Aracataca, nuestro destino,  daba gusto observar los campamentos de casas de madera con techos de zinc y junto a ellos,  el de los gringos, con calles circundadas de palmeras, casas grandes pintadas de blanco con tejas españolas rojizas, con ventanas de redes metálicas, mesitas blancas en las terrazas, extensos prados verde limón con pavorreales, pericos australianos, guacamayas y codornices, además de las piscinas repletas de escuálidas gringas, como ranas plataneras, esperando los nacientes rayos solares.

Al arrancar el tren mi percepción visual se aceleraba y pasaban miles de matas de bananos que le daban una sensación de verdor al paisaje, complementado con miles de mariposas amarillas que hacían contraste pictórico, en una simbiosis natural, salpicada con el delicado azul de las gotas de rocío, parecía una obra de Claude Monet en pleno territorio suramericano. Además el tren con sus vagones parecía una serpentina lanzada sobre un inmenso pasto verde.

Mucho tiempo después, en Octubre de 1992, recibo una llamada telefónica en la Capital del Sol (Miami) con una funesta noticia, que me estremeció el alma: el asesinato de mi primo Omar Antonio Carbonó Barrios. Fue en ese instante cuando comprendí que mi país vivía una ola de violencia exagerada, con múltiples causas, que no vienen al caso analizar aquí, para eso están los politólogos de noticieros nacionales; pero lo que si me quedó claro es que solo cuando a uno le tocan a un ser querido, es cuando comprende que esa es la triste realidad…

Hace ya veintiún años y casi para cumplir los veintidós, te fuiste primo hermano, y te llevaste la causa de tu muerte, partiste silencioso, con tu sonrisa eterna, sin equipajes, sin despedirte, muy temprano, demasiado diría yo, le madrugaste a tu propia muerte.

Es entonces cuando me acuerdo de Miguel Hernández, poeta y dramaturgo en la literatura española del siglo XX. que en una de sus figuras retóricas decía:

---- “Temprano levantó la muerte el vuelo,
     temprano madrugó la madrugada,
     temprano vas ya camino al cielo”

Solo me queda recordarte en esa infancia bien vivida, en la vacaciones anheladas y disfrutadas, con todas las ganas del mundo, en Macondo que era una finca administrada por un tío político, fue allí donde probamos la leche calientica recién ordeñada de la ubre de la vaca, los baños en las acequias y albercas gigantes, los comisariatos, los vales con que los trabajadores de la finca reclamaban sus compras…

Por eso cuando mi hermana Fátima Vidal Barrios (quien lo adoraba como a un hermano) colocó una foto en Face Book con Omar Antonio, no pude evitar que los recuerdos me invadieran nuevamente y quise realizarte este escrito primo hermano, que más que escrito es la expresión de dolor que me traspasó el alma, porque ni siquiera pude estar en tu sepelio, distante lloré en el país Norteamericano, como un niño tu trágica partida y el tono quebrantado de mi voz no daba para seguir contestando esa trágica llamada…

Primo no puedo evitar que algunas lágrimas aún se derramen al escribir estas notas, pero más que el llanto físico, queda el grito lastimero ante una violencia que ha roto las entrañas de muchas familias colombianas, solo me queda recordarte con esa sonrisa alegre que siempre brindaste, como ese gran ser humano que el tiempo terrenal viviste bien vivido, con tu trato de paz, tu elegancia y gallardía.

Paz en tu tumba, querido primo: OMAR ANTONIO CARBONÓ BARRIOS.
 

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