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Odios

Aunque cada colombiano lee 2 libros al año, en promedio, otra parece ser la tendencia con las revistas y periódicos, especialmente en sus versiones digitales. Por lo menos así puedo deducirlo al observar la altísima participación en los foros de usuarios de los diarios más reconocidos del país y los trending topics en Twitter. No me sorprende. Comprar un libro, así sea usado, implica sacar plata del bolsillo mientras que la información disponible en Internet suele ser gratuita. Y si algo nos caracteriza es lo poco dispuestos que estamos a invertir en cultura y lo mucho que nos gustan las cosas gratis.

Aunque no creo que este tipo de espacios puedan llegar a producir un beneficio significativo, más allá del obvio de constituirse en una bienvenida tribuna de discusión, es un desperdicio la forma en la que son usados. Hay, por supuesto, temas que son polémicos por sí mismos y las reacciones de los lectores también lo serán. Pero estos fallan cuando utilizan el necesario anonimato de Internet (en el caso de los foros) como un escudo que les confiere una cobarde valentía y los lleva a insultar al autor, a reñir con el que sea que se atraviese y hasta a proferir amenazas. Peligrosos incitadores de violencia y odio. He hecho el ejercicio, en varias ocasiones, de leer los comentarios y tuits de noticias y, sobre todo, de artículos de opinión y veo reflejada una sociedad sensiblera que se ofende con demasiada facilidad y también polarizada en la que el que piensa diferente es un enemigo y un ignorante. Sólo unas pocas intervenciones, a favor o en contra, son respetuosas y argumentadas.

El lío se complica cuando intervienen dos actores cuyo único motivador parece ser el de tocar la campana del cuadrilátero. Primero, aquellos seudo-escritores que utilizan un lenguaje incendiario y provocador a propósito, con la intención de generar controversia, ganar seguidores en redes sociales o romper el récord de visitas de la publicación anterior. Los segundos son esos pésimos lectores, interpretadores que extraen conclusiones viciadas por sus prejuicios y por lo que quisieron entender; y aunque es justo mencionar que en ocasiones el desliz ocurre por yerros del escrito, los resultados de las pruebas PISA me respaldan. En ambos casos, el mensaje carece de importancia y se privilegia la controversia. ¿Vale la pena seguirles el juego a cualquiera de estos?

Pero también están aquellos escritores objetivos fáciles de la crítica reaccionaria por sus puntos de vista impopulares. Emplean un lenguaje directo que rechaza los lugares comunes y políticamente correctos, prefieren las palabras y frases adecuadas a las llamativas, aunque puedan ser fuertes, y argumentan y revelan sus opiniones sin tapujos. Este estilo requiere un escritor competente y maduro porque, de lo contrario, la cruda honestidad de sus párrafos puede ser confundida con la bizofia o la bazifia (términos acuñados por mi suegra para referirse a aquello que es basura y bazofia al mismo tiempo) de los mencionados seudo-escritores. El mensaje puede ser rudo, no de forma gratuita, sino por cuestión de estilo.

Los lectores debemos entender que no hay que asumir los puntos de vista de los demás como una ofensa personal y que nuestra crítica puede ser tan brutal como el mismo texto leído, sin necesidad de sobrepasar los límites de civilidad bajo los que se supone vivimos. Los escritores no podemos fallarle a la honestidad y al respeto con nosotros mismos, con nuestros lectores y con el texto creado. En ambos casos habrá que recordar que el derecho de expresión que se esgrime al opinar y atacar es ese mismo que permite que exista la contraparte con la que se debate.

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